August 21, 2005
¿ Es Stiglitz Infalible?
Puede parecer una pregunta retórica, pero no lo es. Nace de la perplejidad. En efecto, no menos de seis veces en los dos o tres últimos meses he escuchado a economistas y legos “probar” una tesis económica con un simple : “Lo dijo Stiglitz.” Curiosamente, todos se referían a su libro “El Malestar en la Globalización”, cuyo título original es “Globalization and Its Discontents”. En mi opinión, es un libro mediocre para un Premio Nóbel de Economía. Esto no significa que no tenga análisis interesantes, o tesis certeras, o intuiciones penetrantes. Lo que quiero decir es que uno tiene derecho a esperar más de un Premio Nóbel.
En esta nota me referiré a algunas tesis que considero falsas o insuficientemente probadas.
Mi primer problema es con el título. Sebastián Edwards considera que el libro debió titularse “Stiglitz and Its Discontents”. Yo pienso que el título adecuado debió haber sido “The IMF and Its Discontent Stiglitz”. En efecto, el libro trata más sobre el FMI que sobre la globalización. Stiglitz parece darse cuenta y racionaliza diciendo que es el FMI quien promueve la globalización. Este argumento es muy débil. Un fenómeno o política no es bueno o malo dependiendo de quien lo promueva.
No hay duda de que el FMI es la bestia negra de Stiglitz. Pero que una burocracia fundada por gobiernos, cuyos fondos provienen de los impuestos, y cuya actuación es primariamente política, sea considerada por Stiglitz como el símbolo del “fundamentalismo de mercado” es, cuando menos, extraño. Probablemente yo tengo peor opinión sobre el FMI que Stiglitz. Para empezar, creo que no debería existir. Pero ya que existe, lo que yo crítico es que rescate a los países de las crisis derivadas de sus malas políticas, lo que asegura que éstas seguirán repitiéndose en el futuro. El FMI actúa como el padre rico que siempre salva a su hijo “calavera” cuando se mete en problemas. El mensaje es obvio : Puedes seguir haciendo de las tuyas, que aquí estoy yo para salvarte.
Según Stiglitz, a comienzo de los 90,el FMI, el Banco Mundial, y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos pusieron en marcha una especie de conspiración para impulsar la globalización, el llamado “consenso de Washington”. El asunto es bastante más complejo. Como ha señalado Sebastián Edwards, en los años 80 países como Chile, Argentina, y México, ya estaban reformulando sus políticas. Por ejemplo, el FMI criticó el nuevo sistema chileno de pensiones, la caja de conversión de Argentina, y la participación de México en el NAFTA.
Stiglitz afirma que Occidente se hizo rico protegiendo selectivamente algunas de sus industrias. Sin embargo, Douglas Irwin ha mostrado que las industrias protegidas retrasaron el crecimiento creando monopolios domésticos y aumentando el costo de los bienes de capital.
Stiglitz distorsiona en parte el “milagro de Asia Oriental”, es decir, Japón, Corea, Taiwán, Hong Kong y Singapur. Lo atribuye a una combinación de altas tasas de ahorro, inversión gubernamental en educación, y política industrial dirigida por el Estado. Stiglitz no explica por qué en Corea y Taiwán los sectores promovidos se desempeñaron peor que los no promovidos. Tampoco explica por qué Hong Kong prosperó sin tener ninguna política de promoción. Tampoco explica la larguísima crisis de Japón, que en buena parte se explica por tener amplios sectores de la economía resguardados de la competencia y la globalización, como ya lo observó sagazmente Michael Porter en 1985.
Stiglitz atribuye la crisis financiera de Asia a la liberalización de la cuenta de capital, especialmente los fondos de corto plazo. Aplaude a Malasia por imponer controles en 1997-1998. Sin embargo, ignora muy convenientemente que la mayoría de los países de Asia, con la excepción de Tailandia e Indonesia, tuvieron mejor desempeño económico que Malasia, a pesar de no haber establecido controles. Por ejemplo, el PIB de Corea cayó menos que el de Malasia, y su recuperación fue más rápida. Xavier Sala, Profesor en Columbia, ha subrayado que la crisis financiera asiática no fue culpa de la globalización sino de malas políticas intervencionistas, en particular la garantía por el gobierno de las inversiones de los bancos locales.
Stiglitz atribuye las dificultades de Rusia en la transición al capitalismo, así como la crisis financiera de 1998 a las exigencias del FMI de una rápida liberalización del mercado. Por un lado, ignora el desastre del enfoque gradualista en Rumania, Ucrania, y Bielorusia. Por otro, olvida los éxitos de Polonia, Hungría y Estonia, que se liberalizaron rápidamente.
Algunos críticos hacen notar cierta ingenuidad respecto a la capacidad de los gobiernos para actuar correctamente. Además, cree en el intervencionismo, y en burocracias ineficaces y antiliberales como la OIT, la OMS, y la ONU. Esto no es ninguna sorpresa. Stiglitz es Keynesiano, o según dicen las malas lenguas, “Keyneciano”.
Quiero concluir con dos detalles en los que Stiglitz muestra una embarazosa ignorancia, que no logro explicarme.
Dice que la crisis argentina del 2002 se hubiera podido evitar con una política fiscal más “expansiva”. Tengo que recomendar a mi amigo, el blogger argentino Guillermo Fajardo, de “Sine Metu”, que modere sus carcajadas no sea que termine en el hospital.
Por otro lado, dice que los liberales no prestan atención a las instituciones civiles y las estructuras legales. Es exactamente al revés, como sabe cualquiera que haya leído a Mises o HayeK. El problema es que Stiglitz no distingue entre economía neoclásica y austriaca, lo que revela una ignorancia difícil de creer.
Puede parecer una pregunta retórica, pero no lo es. Nace de la perplejidad. En efecto, no menos de seis veces en los dos o tres últimos meses he escuchado a economistas y legos “probar” una tesis económica con un simple : “Lo dijo Stiglitz.” Curiosamente, todos se referían a su libro “El Malestar en la Globalización”, cuyo título original es “Globalization and Its Discontents”. En mi opinión, es un libro mediocre para un Premio Nóbel de Economía. Esto no significa que no tenga análisis interesantes, o tesis certeras, o intuiciones penetrantes. Lo que quiero decir es que uno tiene derecho a esperar más de un Premio Nóbel.
En esta nota me referiré a algunas tesis que considero falsas o insuficientemente probadas.
Mi primer problema es con el título. Sebastián Edwards considera que el libro debió titularse “Stiglitz and Its Discontents”. Yo pienso que el título adecuado debió haber sido “The IMF and Its Discontent Stiglitz”. En efecto, el libro trata más sobre el FMI que sobre la globalización. Stiglitz parece darse cuenta y racionaliza diciendo que es el FMI quien promueve la globalización. Este argumento es muy débil. Un fenómeno o política no es bueno o malo dependiendo de quien lo promueva.
No hay duda de que el FMI es la bestia negra de Stiglitz. Pero que una burocracia fundada por gobiernos, cuyos fondos provienen de los impuestos, y cuya actuación es primariamente política, sea considerada por Stiglitz como el símbolo del “fundamentalismo de mercado” es, cuando menos, extraño. Probablemente yo tengo peor opinión sobre el FMI que Stiglitz. Para empezar, creo que no debería existir. Pero ya que existe, lo que yo crítico es que rescate a los países de las crisis derivadas de sus malas políticas, lo que asegura que éstas seguirán repitiéndose en el futuro. El FMI actúa como el padre rico que siempre salva a su hijo “calavera” cuando se mete en problemas. El mensaje es obvio : Puedes seguir haciendo de las tuyas, que aquí estoy yo para salvarte.
Según Stiglitz, a comienzo de los 90,el FMI, el Banco Mundial, y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos pusieron en marcha una especie de conspiración para impulsar la globalización, el llamado “consenso de Washington”. El asunto es bastante más complejo. Como ha señalado Sebastián Edwards, en los años 80 países como Chile, Argentina, y México, ya estaban reformulando sus políticas. Por ejemplo, el FMI criticó el nuevo sistema chileno de pensiones, la caja de conversión de Argentina, y la participación de México en el NAFTA.
Stiglitz afirma que Occidente se hizo rico protegiendo selectivamente algunas de sus industrias. Sin embargo, Douglas Irwin ha mostrado que las industrias protegidas retrasaron el crecimiento creando monopolios domésticos y aumentando el costo de los bienes de capital.
Stiglitz distorsiona en parte el “milagro de Asia Oriental”, es decir, Japón, Corea, Taiwán, Hong Kong y Singapur. Lo atribuye a una combinación de altas tasas de ahorro, inversión gubernamental en educación, y política industrial dirigida por el Estado. Stiglitz no explica por qué en Corea y Taiwán los sectores promovidos se desempeñaron peor que los no promovidos. Tampoco explica por qué Hong Kong prosperó sin tener ninguna política de promoción. Tampoco explica la larguísima crisis de Japón, que en buena parte se explica por tener amplios sectores de la economía resguardados de la competencia y la globalización, como ya lo observó sagazmente Michael Porter en 1985.
Stiglitz atribuye la crisis financiera de Asia a la liberalización de la cuenta de capital, especialmente los fondos de corto plazo. Aplaude a Malasia por imponer controles en 1997-1998. Sin embargo, ignora muy convenientemente que la mayoría de los países de Asia, con la excepción de Tailandia e Indonesia, tuvieron mejor desempeño económico que Malasia, a pesar de no haber establecido controles. Por ejemplo, el PIB de Corea cayó menos que el de Malasia, y su recuperación fue más rápida. Xavier Sala, Profesor en Columbia, ha subrayado que la crisis financiera asiática no fue culpa de la globalización sino de malas políticas intervencionistas, en particular la garantía por el gobierno de las inversiones de los bancos locales.
Stiglitz atribuye las dificultades de Rusia en la transición al capitalismo, así como la crisis financiera de 1998 a las exigencias del FMI de una rápida liberalización del mercado. Por un lado, ignora el desastre del enfoque gradualista en Rumania, Ucrania, y Bielorusia. Por otro, olvida los éxitos de Polonia, Hungría y Estonia, que se liberalizaron rápidamente.
Algunos críticos hacen notar cierta ingenuidad respecto a la capacidad de los gobiernos para actuar correctamente. Además, cree en el intervencionismo, y en burocracias ineficaces y antiliberales como la OIT, la OMS, y la ONU. Esto no es ninguna sorpresa. Stiglitz es Keynesiano, o según dicen las malas lenguas, “Keyneciano”.
Quiero concluir con dos detalles en los que Stiglitz muestra una embarazosa ignorancia, que no logro explicarme.
Dice que la crisis argentina del 2002 se hubiera podido evitar con una política fiscal más “expansiva”. Tengo que recomendar a mi amigo, el blogger argentino Guillermo Fajardo, de “Sine Metu”, que modere sus carcajadas no sea que termine en el hospital.
Por otro lado, dice que los liberales no prestan atención a las instituciones civiles y las estructuras legales. Es exactamente al revés, como sabe cualquiera que haya leído a Mises o HayeK. El problema es que Stiglitz no distingue entre economía neoclásica y austriaca, lo que revela una ignorancia difícil de creer.
Comments:
<< Home
Un buen comentario y análisis. Yo conozco varios amigos de la centro izquierda chilena, que identifican las políticas del FMI con el liberalismo. El FMI es la bestia negra del capitalismo. Cuando el FMI es una típica institución "progresistas"
Justamente hoy Stiglitz va a aparecer en una conferencia auspiciada por el Gobierno Argentino, que ve en él los argumentos perfectos para justificar la conducta crápula que el Estado Nacional ha sostenido respecto a sus acreedores.
Stiglitz se va a convertir así en el "legitimador" de la mayor exacción efectuada a través de deuda soberana de la historia. Bien por él.
Post a Comment
Stiglitz se va a convertir así en el "legitimador" de la mayor exacción efectuada a través de deuda soberana de la historia. Bien por él.
<< Home