November 25, 2005

 
El Consenso de Washington y el Neoliberalismo

Por Ricardo Soto, de la Fundación Libertad de Panamá

Muchas veces, cuando vemos a los analfabetos económicos criticar las políticas “neoliberales” en América Latina, vemos la crítica al consenso de Washington, al cual pintan como una especie de aquelarre en el cual los grandes del capital financiero se reunieron para crear políticas económicas para destruir el bienestar de América Latina, como si nuestros políticos no se hubiesen dedicado a la misma tarea por siglos.

El liberalismo era el diablo, y las izquierdas acuñan el término neoliberalismo para referirse a todas aquellas corrientes económicas como los neoclásicos, austriacos, positivistas (escuela de Chicago), escuela de la opción pública, que en su momento han expresado su escepticismo sobre la efectividad de la acción estatal y su fe en la actividad del mercado. El hecho de que estas escuelas económicas tengan serias diferencias entre sí en muchas cosas, no importó a los propagandistas de la izquierda. Había que colocarlas a todas en una misma bolsa y defender a toda costa al dios de los izquierdistas : el Estado.

En realidad el consuelo de Washington surge como remedio ante el fracaso de la autarquía económica del modelo de sustitución de importaciones, de la crisis de la deuda y de las hiperinflaciones.

Si examinamos el consenso de Washington vamos a ver que el mismo consta de recomendaciones de sentido común que sólo las mentes más trasnochadas podrían objetar. Por ejemplo: disciplina fiscal. Los Estados no deben gastar más de lo que reciben de ingresos. Deben evitar endeudarse, deben evitar imprimir moneda sin respaldo. Redistribución de los gastos públicos a áreas que ofrezcan mayor tasa de retorno por inversión y la posibilidad de mejorar la distribución de los ingresos, como cuidado médico primario, educación primaria e infraestructura. Reformas fiscales para bajar las tasas marginales y ensanchar la base fiscal. Liberalizar las tasas de interés y de cambio para hacer más efectivo el sector financiero.

Liberalización del comercio para acelerar los mecanismos de especialización e intercambio que crean riqueza.

Liberalización del flujo de capitales y de la inversión extranjera. Desregulación para abolir barreras de entrada y salida a la actividad económica. Asegurar los derechos de propiedad.

El problema fue que estos consejos de políticas públicas no siempre se realizaron correctamente por dos razones fundamentales. La primera fue el triunfo de una de estas escuelas de pensamiento pro-mercado, la positivista sobre las demás en los círculos de poder de Estados Unidos, en el Banco Mundial y el FMI. A esta escuela de pensamiento económico se le ha criticado su excesiva fe en los fundamentos matemáticos de la economía y de asumir una cosmovisión de la historia humana proveniente de la tradición positivista de Saint Simon , Condorcet, Comte, y el Círculo de Viena, aislando a la ciencia económica de factores históricos y sociales particulares.

La segunda razón es que el capitalismo no es más que el producto de acciones humanas, no existe un capitalismo modelo, cada sociedad tiene que encontrar el suyo. El capitalismo, a diferencia del socialismo, es encontrado naturalmente, no creado artificialmente. Y si bien el mundo angloparlante protestante es intrínsecamente liberal, Iberoamérica no lo es. Por 500 años nuestro modelo económico ha sido mercantilista (estatismo prebendario), nuestra religión católica romana ha visto la actividad empresarial con sospecha, nuestros intelectuales son marxistas light o pesados en su mayoría.

Ni siquiera los partidos liberales son liberales ideológicamente. No había nada en nuestra historia que nos permitiera aplicar esas medidas con el espíritu correcto.

De allí los resultados mixtos o desastrosos de esas medidas en muchos de nuestros países. Sin embargo, tal como lo demuestran los casos de Chile, Estonia, Irlanda y Singapur, bien ejecutadas pueden ser la diferencia entre un país que funciona y uno que no.

Lo que hoy se denomina “neoliberalismo” es básicamente las ideas económicas de los positivistas deformadas por la práctica política en Estados Unidos , el Banco Mundial, el FMI, y los gobiernos hispanoamericanos.

La mayoría de escuelas de pensamiento liberales, rechazan ser neoliberales y consideran que el término neoliberal es un estatismo disfrazado en el cual se habla el discurso liberal del mercado pero en realidad se camina por el sendero del mercantilismo clásico con privilegios a grupos económicos a costa de los demás, como protecciones arancelarias y no arancelarias a ciertos productos, contratos o concesiones a los amigos del poder combinándolos con medidas keynesianas como déficit fiscales, regulaciones legales, manipulaciones de la moneda y las tasas de interés para acelerar el consumo. Todas estas medidas están muy lejos de los ideales de liberalismo histórico.

Bush no es liberal, Greenspan tampoco.

En otro momento hablaré de las diferencias entre liberales, neoliberales, conservadores y neoconservadores, términos que los ideólogos de la izquierda tienen serios problemas de diferenciar. Como de hecho no se percatan de los sorprendentes puntos comunes entre positivismo neoliberal y el marxismo o entre los neoconservadores y el troskismo.

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