January 20, 2006

 
Los Radicales de los “Modelos Económicos”

Por Carlos Ernesto González Ramírez, de la Fundación Libertad de Panamá

Radical es quien cree que el hombre político al ejercer el poder público se transformará en algo superior y distinto a los demás seres humanos.

“La curiosa tarea de la Economía es demostrarles a los hombres lo poco que saben acerca de las cosas que se imaginan pueden diseñar.” (Frederick A. Hayek).

Con mucha frecuencia se escucha que a los países no se les puede aplicar modelos económicos que vienen de fuera o que se diseñaron para economías diferentes y que lo que se debe hacer es “experimentar con muchas cosas específicas y autóctonas.”

Para los que creemos en la libertad, la idea de “modelos económicos” (cualquiera que estos sean ) es algo que rechazamos. Precisamente nuestra visión de las cosas hace que pensemos en función del individuo y sus necesidades y no de las del Estado y las suyas. Normalmente los llamados”modelos económicos” parten de la pretensión que la economía puede ser manipulada para lograr objetivos de estabilidad económica y crecimiento, utilizando ecuaciones de equilibrio basadas en premisas, normalmente imposibles por definición (se simplifican los escenarios para ver cómo se comportaría una variable, adoptando metodologías similares a las que usa la física ). Se trata, pues, del Estado interviniendo en la vida de los ciudadanos, quienes pasan de ser esto a ser súbditos de quienes ejercen el poder público.

Para nosotros, lo fundamental es la libertad en todo el sentido de la palabra. No creemos que el Estado (es decir, los políticos, que son quienes ejercen el poder público ) sepan mejor que los ciudadanos qué es mejor para ellos. Además creemos, basados en la observación de la realidad, que todas aquellas sociedades en donde la libertad es más amplia, la sociedad y cada uno de sus integrantes son más prósperos, porque el individuo utiliza sus recursos en lo que más le conviene, sin distorsiones de los que supuestamente saben más. Esto se ha demostrado hasta la saciedad con los índices de libertad económica, los que además coinciden con los de transparencia y corrupción (es decir, a mayor libertad, más prosperidad, menos corrupción y más transparencia en la gestión pública).

No se trata de equilibrar las finanzas públicas, ni de gastar más en programas sociales según las preferencias políticas del momento. Se trata de que el poder público sea limitado a las funciones que tienen que ser llevadas a cabo por el Estado, para la mejor convivencia de la sociedad. Cuando el poder público se expande más allá de esto, como es el caso de suponer que los políticos, mejor que los propios ciudadanos, pueda “regular” el mercado (es decir, las transacciones libres entre individuos libres ), entonces en esa sociedad la asignación de recursos vendrá dada por los políticos ( que los hay buenos y malos, como en todo, pero que debemos de suponer que serán los malos los que nos gobiernen a la hora de darles el poder ) o, en la mayoría de los casos, por sus clientes. Que hace falta reglas del juego que logren que efectivamente las transacciones sean libres, por supuesto, pero dichas reglas del juego deben ser objetivas, no sujetas a decisiones políticas o discrecionalidades burocráticas y cumplidas mediante dictamen judicial, si es el caso.

Porque en el momento que le damos poder a quien ejerce el poder público para que le quite a unos para darle a otros, estos otros siempre serán aquellos que lleguen a un pacto con el poder público. Sean estos de cualquier estrato de la sociedad. En ese momento, los recursos de la sociedad serán invertidos en lo que a los políticos en el poder les rinda mejor fruto y no lo que es más productivo para el conjunto de la sociedad. Sólo cambiando la naturaleza humana es posible que esto no suceda. De eso se dió cuenta Marx y por eso hablaba del hombre nuevo. ¡Quimera absurda! Que el ser humano deje de serlo, para convertirse en otra cosa, a efecto de que funcione un sistema de planificación económica.

Por esta razón, cualquier esquema de organización social que, aunque sea inspirado en los más buenos y nobles de los sentimientos, considere que quienes nos gobiernan dejarán de ser humanos para convertirse en seres superiores, todo bondad y buenas intenciones, fracasará. Sea este sistema copiado o autóctono. Simplemente porque no tiene en cuenta al individuo y su naturaleza.

Evidentemente, esta visión de las cosas no es popular porque rechaza algo que pareciera ser bueno, como lo es que el poder público sea usado para “equilibrar riquezas”. Cosa que nunca sucede y nunca sucederá por la naturaleza humana de quien ejerce el poder público. Pero, aunque sea impopular, dista mucho de ser radical como algunos repetidamente lo califican últimamente, porque la libertad es una constante lucha del hombre desde que la humanidad es humanidad. Nunca como hoy hemos estado más cerca de esa realidad y por eso nunca como hoy la humanidad ha vivido los niveles de avance material que hoy vive, con todo y sus inequidades.

Radical es quien cree que el hombre político al ejercer el poder público se transformará en algo superior y distinto a los demás seres humanos. Todo el que crea esto, además, es un iluso bien intencionado que, irremediablemente, mantendrá la nación en el subdesarrollo. Pero, lo más irónico de todo, es que estará proponiendo otro “modelo económico”.

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