February 17, 2006
El Costo de la Vida
Por John A. Bennett, de la Fundación Libertad de Panamá
Los panameños nos abocamos a una puja y repuja en torno a lo que sería un inevitable aumento del salario mínimo (SM), el cual terminará incrementando el costo de la vida y neutralizando cualquier ventaja que podría proporcionarles a quienes ya tienen trabajo, y de paso, creando una situación más desesperante para quienes no lo tienen.
Lo que deberíamos analizar, cuidadosamente, es el alto costo de la vida producto del malgasto sistemático en que incurrimos a través de perversas prácticas de gobierno, tanto en lo público como en lo privado. Sin embargo, es en el ámbito público en donde la perversidad es mayor, pues en él existe la posibilidad de crear políticas específicamente diseñadas para limitar el gasto.
Comparto que lo que ganan muchos asalariados no les alcanza, pero elevar el SM no soluciona el problema, lo agrava. Ya se ha demostrado en países como Francia, en donde una juventud enardecida prendió ciudades porque el sistema les coarta sus posibilidades de conseguir trabajo, como lo señaló recién el economista David Saied en un escrito que cito: “...las causas de los elevados niveles de desempleo en Francia son fundamentalmente cinco : un salario mínimo muy oneroso, beneficios laborales excesivos, altos niveles de beneficios de desempleo, cuñas impositivas que encarecen artificialmente la mano de obra y, finalmente, la semana laboral de sólo 35 horas.”
La medida de aumentar el SM es popular entre los malos políticos, pues les gana puntos con la clase dominante obrera. A los malos políticos no les interesa que la medida sólo dé frutos pasajeros que luego se tornarán amargos cuando la inflación que promueve anule sus efímeras ventajas.
La medida también resulta popular entre los trabajadores que ya están bien situados dentro del sistema, pues les protege en contra de la competencia de trabajadores jóvenes que gustosamente aceptarían un trabajo con menos paga, cónsona con su falta de experiencia. También porque el aumento en las base salarial tiende a impulsar un incremento en toda la escala.
Las tácticas preferidas para lograr estos aumentos se basan en la conjura de imágenes de pobreza, al tiempo que tildan de despiadados a quienes se oponen a la medida. Pero la realidad es otra, pues los más pobres ni siquiera tienen la ventaja de un trabajo formal y esta medida lo único que hace es alejar ese sueño aún más.
La otra realidad es que quienes reciben un SM, generalmente, no son los que mantienen una familia. En muchos casos son jóvenes que viven con sus padres; otros viven solos o tienen pareja que también contribuye. Por lo que todas estas realidades deben ser consideradas. Lo fundamental es discutir medidas que disminuyan el costo de la vida y no un aumento general de salarios que lo inflará.
Es muy posible disminuir los absurdos costos de vida, en los cuales incurrimos por los excesos de gobierno y también por sus ineficiencias, lo cual ha quedado bien demostrado en otros países como Irlanda y Estonia.
Las leyes de la economía no son complicadas en muchos casos. Por ejemplo, cuando aumentamos el precio de las manzanas, llegará el momento en que su venta disminuirá. Igual pasará con el empleo, pues a medida que aumentamos los salarios, quienes contratan, o no podrán hacerlo o buscarán la manera de tener menos trabajadores. Según veo, algunos líderes obreros son los peores enemigos de su propia gente y más aún de los desempleados.
Lo que debemos mirar con alarma es la realidad económica que se nos viene encima como tsunami; es decir, que nos vienen aumentos de combustible, energía, impuestos, seguro social. Y por si fuera poco, ahora subimos los salarios. Cuando lo que deberíamos estar considerando con mucho cuidado es la manera de disminuir impuestos, transporte, de pasajeros y carga, costos de gobierno, tales como en el mantenimiento vial, educación, y otros que están elevadísimos por mala política y mala administración.
También elevamos los costos a través de toda esa inflada “burrocracia” que impide el desenvolvimiento de nuestra economía. Los aranceles son impuestos que si los eliminamos podrían significar al menos $50 de disminución en la canasta básica y algunos economistas alegan que podrían ser unos $90 mensuales. Si eliminamos funcionarios sobrantes que tenemos en el Gobierno, podrían significar al menos otros $50 mensuales más de mejoría en el poder adquisitivo de las familias. Soluciones hay, pero deben ser inteligentes.
Elevar el estándar de vida de los trabajadores es muy deseable, pero debe lograrse mediante el mejoramiento en la producción y no a través de un mandato legislativo. Es un asunto eminentemente económico y no político.
Por John A. Bennett, de la Fundación Libertad de Panamá
Los panameños nos abocamos a una puja y repuja en torno a lo que sería un inevitable aumento del salario mínimo (SM), el cual terminará incrementando el costo de la vida y neutralizando cualquier ventaja que podría proporcionarles a quienes ya tienen trabajo, y de paso, creando una situación más desesperante para quienes no lo tienen.
Lo que deberíamos analizar, cuidadosamente, es el alto costo de la vida producto del malgasto sistemático en que incurrimos a través de perversas prácticas de gobierno, tanto en lo público como en lo privado. Sin embargo, es en el ámbito público en donde la perversidad es mayor, pues en él existe la posibilidad de crear políticas específicamente diseñadas para limitar el gasto.
Comparto que lo que ganan muchos asalariados no les alcanza, pero elevar el SM no soluciona el problema, lo agrava. Ya se ha demostrado en países como Francia, en donde una juventud enardecida prendió ciudades porque el sistema les coarta sus posibilidades de conseguir trabajo, como lo señaló recién el economista David Saied en un escrito que cito: “...las causas de los elevados niveles de desempleo en Francia son fundamentalmente cinco : un salario mínimo muy oneroso, beneficios laborales excesivos, altos niveles de beneficios de desempleo, cuñas impositivas que encarecen artificialmente la mano de obra y, finalmente, la semana laboral de sólo 35 horas.”
La medida de aumentar el SM es popular entre los malos políticos, pues les gana puntos con la clase dominante obrera. A los malos políticos no les interesa que la medida sólo dé frutos pasajeros que luego se tornarán amargos cuando la inflación que promueve anule sus efímeras ventajas.
La medida también resulta popular entre los trabajadores que ya están bien situados dentro del sistema, pues les protege en contra de la competencia de trabajadores jóvenes que gustosamente aceptarían un trabajo con menos paga, cónsona con su falta de experiencia. También porque el aumento en las base salarial tiende a impulsar un incremento en toda la escala.
Las tácticas preferidas para lograr estos aumentos se basan en la conjura de imágenes de pobreza, al tiempo que tildan de despiadados a quienes se oponen a la medida. Pero la realidad es otra, pues los más pobres ni siquiera tienen la ventaja de un trabajo formal y esta medida lo único que hace es alejar ese sueño aún más.
La otra realidad es que quienes reciben un SM, generalmente, no son los que mantienen una familia. En muchos casos son jóvenes que viven con sus padres; otros viven solos o tienen pareja que también contribuye. Por lo que todas estas realidades deben ser consideradas. Lo fundamental es discutir medidas que disminuyan el costo de la vida y no un aumento general de salarios que lo inflará.
Es muy posible disminuir los absurdos costos de vida, en los cuales incurrimos por los excesos de gobierno y también por sus ineficiencias, lo cual ha quedado bien demostrado en otros países como Irlanda y Estonia.
Las leyes de la economía no son complicadas en muchos casos. Por ejemplo, cuando aumentamos el precio de las manzanas, llegará el momento en que su venta disminuirá. Igual pasará con el empleo, pues a medida que aumentamos los salarios, quienes contratan, o no podrán hacerlo o buscarán la manera de tener menos trabajadores. Según veo, algunos líderes obreros son los peores enemigos de su propia gente y más aún de los desempleados.
Lo que debemos mirar con alarma es la realidad económica que se nos viene encima como tsunami; es decir, que nos vienen aumentos de combustible, energía, impuestos, seguro social. Y por si fuera poco, ahora subimos los salarios. Cuando lo que deberíamos estar considerando con mucho cuidado es la manera de disminuir impuestos, transporte, de pasajeros y carga, costos de gobierno, tales como en el mantenimiento vial, educación, y otros que están elevadísimos por mala política y mala administración.
También elevamos los costos a través de toda esa inflada “burrocracia” que impide el desenvolvimiento de nuestra economía. Los aranceles son impuestos que si los eliminamos podrían significar al menos $50 de disminución en la canasta básica y algunos economistas alegan que podrían ser unos $90 mensuales. Si eliminamos funcionarios sobrantes que tenemos en el Gobierno, podrían significar al menos otros $50 mensuales más de mejoría en el poder adquisitivo de las familias. Soluciones hay, pero deben ser inteligentes.
Elevar el estándar de vida de los trabajadores es muy deseable, pero debe lograrse mediante el mejoramiento en la producción y no a través de un mandato legislativo. Es un asunto eminentemente económico y no político.