April 17, 2006

 
Reflexiones : Ecología y Ecologistas

Yo suelo distinguir dos tipos de ecologistas : el ecologista artesanal y el ecologista corporativo.

El primero es un tipo modesto, genuinamente interesado en el medio ambiente. Se preocupa por conservar los árboles, la limpieza de los ríos, la pureza del aire, la variedad de las especies, y demás elementos de ecosistemas específicos. No tiene grandes pretensiones. Su radio de acción es limitado. No se preocupa demasiado por grandes teorías a nivel planetario. Por otro lado, considera que es posible hacer compatible el desarrollo económico y el cuidado del medio ambiente.

El ecologista corporativo, como los de Greenpeace, o Amigos de la Tierra, es otra historia. Estas organizaciones ya no son grupos principalmente ecologistas, sino grupos de poder político y económico. Tienen presupuestos de operación gigantescos. Sus directivos viven como magnates corporativos. Su objetivo real no es mejorar el medio ambiente, sino imponer una agenda anticapitalista y colectivista, en la que al final ellos serían los mandarines.

James Lovelock, el autor de Gaia y uno de los padres del ecologismo, dijo en una ocasión que los ecologistas tenían mucho corazón y poca cabeza. Esto pudo ser cierto en los años 60 y 70. Actualmente, los ecologistas corporativos no tienen corazón, tienen bastante cabeza para desarrollar y vender su estrategia, y un ansia de poder incontenible.

Los ecologistas corporativos siempre han criticado con saña a los países capitalistas, a pesar de que éstos, sobre todo los más desarrollados, son los que han dedicado más fondos y esfuerzos a la conservación y regeneración del medio ambiente.

Sorprendentemente, nunca decían nada sobre el desastre ecológico de los países socialistas, que ya era conocido, pero que quedó en evidencia a partir de 1989. Este vergonzoso comportamiento es suficiente, por sí mismo, para acabar con sus pretensiones de superioridad moral e intelectual. En mi caso, esto es lo que me hizo desconfiar inicialmente de estos grupos.

La táctica básica de los ecologistas corporativos es asustar a la gente. Ellos contrataron a varias de las principales firmas de relaciones públicas y mercadeo de los Estados Unidos. La recomendación : cuanto más asusten a la gente, más fácilmente lograrán que sus propuestas sean aceptadas. Lo de menos es el tema específico. Hoy puede ser uno y mañana el contrario. Pero el esquema básico es inmutable : a) Hay un gran problema ecológico. b) Ha sido causado por la economía capitalista. c) Los resultados van a ser apocalípticos. d) Un organismo supranacional, sea la ONU u otro, tiene que poner freno al desastre que crean las empresas.

Los medios de comunicación juegan un papel decisivo en el éxito de esta estrategia. Aquí se juntan el hambre y las ganas de comer. Como los medios están a la caza de noticias o predicciones negativas, se tragan el esquema con facilidad. Por supuesto, es difícil que el periodista asignado al tema dedique horas y horas a estudiar los aburridos estudios científicos.

La conclusión es que los lectores reciben una serie de tópicos, con poco o nulo valor científico, pero que se convierten en la verdad aceptada entre amplios sectores de la población.

Quiero terminar estas reflexiones con un breve análisis del Protocolo de Kyoto, ya que este ridículo episodio es una excelente muestra de la sinrazón del ecologismo corporativo. El asunto comenzó mal y va a terminar mal.

Inicialmente se reunió un grupo de científicos, el IPCC, bajo los auspicios de la ONU. Los científicos entregaron unos voluminosos estudios en los que era obvio que había profundas diferencias de opinión sobre si existía un calentamiento “global”, y sobre todo si se podía atribuir a la acción humana.

Cuando los científicos se fueron a casa, los funcionarios de la ONU encargados del tema hicieron un resumen de dos páginas en el que concluían que el grupo de científicos estaba de acuerdo en ambos puntos. Posteriormente, los representantes de los gobiernos establecieron los detalles del Protocolo.

A partir de ahí, los ecologistas corporativos comenzaron a predicar el nuevo evangelio : “Fuera de Kyoto no hay salvación”.

El problema del mamotreto es que tenía un montón de errores :

1. Los modelos matemáticos utilizados resultaban incapaces de explicar la evaluación pasada del clima. Por ejemplo, el periodo cálido medieval, con temperaturas de al menos 2 – 3 grados más altas que las actuales.

2. Los cálculos sobre el crecimiento económico de los países más pobres eran claramente irreales.

3. Lo más ridículo del caso es que, aunque todos los países signatarios cumplieran el Protocolo, el supuesto calentamiento se reduciría en 0.1 de grados.

Como era de prever, y como muchos lo advirtieron en su momento, los países signatarios no están cumpliendo sus compromisos. La muerte de Kyoto es una muerte anunciada. Lo que no impedirá que se siga hablando como si no pasara nada.

En algún momento, Kyoto se agotará. Entonces pasará a primer plano el deshielo de Groenlandia y la Antártida, la escasez de agua, la extinción de las especies, o cualquier otro. Y el ciclo comenzará de nuevo.

Comments:
Buena explicación del fenómeno. Yo creo que a todos nos preocupa el ambiente de un modo u otro. Nadie quiere vivir en medio de la suciedad. La diferencia está en que la mayoría de la gente busca soluciones racionales, en tanto que los ecolocos buscan acabar con el desarrollo económico y retrotraernos al mito del noble salvaje.

Un problema con el que ha tenido que lidiar toda ciudad es el de los desechos humanos y de otras clases. ¿Cómo lo resuelven? Con sistemas de alcantarillados bien diseñados y operados, con sistemas de recolección de basura física que no se puede evacuar por medio de los alcantarillados, cuadrillas de limpieza, etc. Pero lo que sugieren los ecofanáticos no es eso, sino que generemos menos desecho. En otras palabras, que abandonemos la civilización. En lugar de sugerir mejores maneras para minimizar el impacto negativo del desarrollo económico y la civilización, hacen llamados para reducir el consumo de energía, y es allí donde comienzan a perder la audiencia de la gente sensata, porque nadie en su sano juicio considera seria la sugerencia de que echemos para atrás y renunciemos a las ventajas que nos brinda el desarrollo económico y la ciudad.
 
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