July 21, 2006

 
Menos Trabajadores,Más Producción

Por John Bennett,de la Fundación Libertad de Panamá

Una de las promesas que más efectúan los políticos en sus campañas es la de crear más puestos de trabajo, promesa demagógica y populista que conduce a un estatismo absorbente y esclerotizante. Pero antes veamos el tema desde el enfoque que a menudo hacen los medios, que obviamente reflejan un sentir bastante generalizado, diciendo cosas como: “Quien asuma la presidencia de la República tendrá dentro de sus retos inmediatos diseñar esa política para generar empleos en la industria, la agroindustria o la construcción, entre otros sectores que por tradición se han caracterizado como los mayores generadores de empleos.”

Comencemos por señalar que los puestos de trabajo no se “diseñan” en oficinas públicas sino que los crean los ciudadanos en el desempeño de sus actividades comerciales, sean estos una señora que hace y vende tamales en la calle o un industrial que emplea a miles de trabajadores. Lo mejor que puede hacer un gobierno, en atención a su mandato constitucional, es diseñar una política que no interfiera con este proceso ciudadano. En otras palabras, no se preocupen tanto por hacer, pues esto típicamente se traduce en “estorbar”; y si tan sólo se dedicaran a protegernos de los abusos, esto sería la mejor política posible.

Hay quienes maquillan la intromisión gubernamental pidiendo una política que “estimule” el empleo; pero para muchos lo más estimulante es lidiar con la menor cantidad posible de funcionarios públicos y burocracia innecesaria.

Los medios también nos dicen cosas como: “los empleados desplazados por contestadoras automáticas de llamadas, computadoras, máquinas automáticas de corte y confección de ropa, etc.” , y en esto tienen mucha razón. En otras palabras, nuestras industrias se están haciendo más eficientes y ello implica que reducen costos, que a su vez significa reducción de mano de obra tradicional y el incremento de puestos bien remunerados.

Estamos frente a una tendencia mundial de la cual ya no hay paso atrás. El éxito que están logrando las industrias con la automatización no es cosa nueva y en estos momentos lo notable es su aceleración, la cual desborda los esquemas laborales tradicionales que añoran un retorno hacia industrias menos automatizadas, lo cual sería un suicidio económico. Máxime si pretendemos que esta “política” nos venga por vía de los gobiernos.

El éxito de las industrias no se mide únicamente en términos de ganancias o del precio de sus acciones o de la totalidad del empleo que producen. El mayor éxito está fundado en la capacidad de vender un mejor producto a menor precio y lo califican los consumidores cuando van a la tienda.

Los puestos de trabajo que se están perdiendo son los tradicionales, pero por otro lado están aumentando nuevas plazas de trabajo evolucionadas, más productivas y mejor remuneradas. Entonces el reto no está en regresar a los buenos tiempos de trabajos sencillos que pagan mal, sino en avanzar hacia trabajos más complejos, mejor remunerados, que satisfacen más a la persona.

Esta realidad abre la puerta a una economía mucho más robusta, pues no sólo los trabajadores tendrán mejores salarios, producto de una desempeño más productivo, sino que todos estarán comprando mejores bienes a menores precios, con lo cual dispondrán de más dinero para otros gastos que anteriormente jamás habrían podido enfrentar; y ¡ojo! que no hablo de un consumismo sin sentido.

Por supuesto que esto nos lleva a enfrentar el reto de la educación y eso es bueno, porque seguir como vamos también es suicidio. La solución está en devolverle la educación a sus legítimos dueños que son los padres de familia, pues la educación no es asunto de políticos ni gobiernos, sino de la familia. Y si el problema es que muchas personas no tienen los medios para pagarse una buena educación, con una fracción del gasto en educación que hoy día hacemos se podría becar o subsidiar a los estudiantes de familias que puedan comprobar que no tienen los medios para ello.

Lo bueno de esta solución es que saca el asunto de manos de los malos políticos, de los burócratas y de los grupos de interés magisteriales, y le devuelve el control a sus legítimos dueños, el padre y la madre, quienes con su decisión crítica serían los mejores auditores de quién es un buen maestro y quien no; cosa que definitivamente no se hace bien hoy día.

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