January 16, 2007

 
Breverías : El Odio a Pinochet

¿Cómo puede explicarse el odio ininterrumpido a Pinochet , desde 1973 a la fecha? No creo que se deba simplemente a un golpe de estado y al asesinato de tres mil personas. Por ejemplo, Videla es responsable de muchos más, y pasa totalmente desapercibido. Y no hablemos de Castro.

Yo creo que el odio a Pinochet se explica por dos razones :

1. Abortó un plan, en avanzado estado de preparación, para instaurar una dictadura comunista en Chile, que muchos comunistas en todo el mundo daban ya por un hecho.

2. Para colmo, entregó al final de su mandato un país en condiciones mucho mejores de aquellas en las que lo encontró.

¿Se justifica todo lo que hizo Pinochet? No. Creo que el golpe estuvo justificado considerando todas las circunstancias. Pero no los asesinatos de personas que ya estaban detenidas. Quienes parecían culpables de asesinatos, o de formar grupos armados ilegales, o de preparar asesinatos de militares o civiles debieron ser enjuiciados en los tribunales. Los demás debieron haber sido puestos en libertad en el momento oportuno.

Comments:
Nadie es perfecto:
Encontré este artículo del analista Arturo Valenzuela, quien aparece en la CNN, de vez en cuando:
"LA MUERTE DE PINOCHET

Arturo Valenzuela
Los mitos de un tirano
Por: Arturo Valenzuela. Publicado el 13 de diciembre en el diario El Universal.
El deceso del capitán general Augusto Pinochet Ugarte nos ayuda a cerrar uno de los capítulos más nefastos del siglo XX -la destrucción de una de las democracias de más larga duración en el continente americano. Si bien Chile había caído en una profunda polarización producto del choque de utopías en pugna en el contexto de la guerra fría -y son muchas las responsabilidades por el fracaso de la democracia Chilena-, el golpe militar de septiembre de 1973 no fue justificable por ningún motivo. Si el gobierno electo de Salvador Allende fue juzgado por algunos como inconstitucional, la Constitución chilena contemplaba salidas institucionales, y el propio Allende las estaba buscando cuando un puñado de militares alentados por una oposición antidemocrática se autoadjudicaron los destinos de la nación instaurando uno de los gobiernos más represivos de la era contemporánea.
El gobierno de la presidenta Michelle Bachelet hizo bien al no permitir que se le rindieran honores como ex jefe de Estado al militar fallecido. Habrá gobernado 17 años pero nunca lo hizo con legitimidad democrática. Es una de esas ironías de la historia que se le pudo rendir un homenaje como comandante en jefe del Ejército precisamente por haber sido nombrado a ese cargo según la ley y la Constitución por el propio Allende.
Con su muerte se debiera despejar uno de los mitos que sigue prevaleciendo en Chile -que Pinochet fue un estadista y no un dictador que vulneró la Constitución de su país. Pero su muerte nos brinda la oportunidad de poner punto final a otras mitologías pinochetianas que aún circulan y que se han repetido en estos días en la prensa internacional. La más nefasta es que Chile en 1973 habría estado próximo a una guerra civil y que el "pronunciamiento militar" fue inevitable.
Sería incorrecto no reconocer el grado de polarización de la sociedad chilena de los años 60, la presencia de sectores maximalistas que buscaban la destrucción de la llamada democracia burguesa considerando al propio Allende como traidor a la causa popular, y el desafío de grupos violentos a ambos lados del espectro político que exacerbaban un clima de confrontación e inseguridad. Pero el propio golpe militar demostró que no hubo en Chile una amenaza real de insurrección armada, que la retórica de la propia ultraizquierda en ese sentido resultó ser un tigre de papel.
¿Y entonces por qué fue tan sangrienta la represión? El veredicto histórico demuestra que los generales golpistas tenían conciencia de la ilegitimidad de su acción y temían que pudiese surgir una importante oposición dentro de las mismas Fuerzas Armadas. Pinochet y sus colegas se subieron al discurso de la guerra para justificar la ruptura del orden constitucional. Esto explica por qué la represión fue tan cruenta hacia adentro de las Fuerzas Armadas cobrando entre sus víctimas a un prestigioso general de aviación y padre de la actual presidenta de Chile, como así también al mentor y predecesor del propio Pinochet en la Comandancia en Jefe, el general Carlos Prats, cruelmente asesinado junto a su esposa en las calles de Buenos Aires. Y desatada la lógica perversa de "la guerra", decenas de miles de chilenos fueron asesinados, torturados o exiliados. Pinochet desaparece con tres juicios pendientes por horrendas violaciones a los derechos de las personas, violaciones que, sin embargo, representan una ínfima parte del enorme sufrimiento de tantos chilenos y chilenas bajo el imperio de la dictadura militar.
El segundo mito enaltece al general Pinochet como el gran modernizador de Chile, que gracias a su gestión de "pacificación" pudo entregarle al país instituciones políticas democráticas y una economía renovada y admirada en el mundo entero. Pero es absurdo atribuirle a Pinochet responsabilidad por el éxito de la democracia chilena. El general era profundamente autoritario y no ocultó jamás su desprecio por las instituciones democráticas que él responsabilizaba por los avances de la izquierda en las elecciones populares. Es así como buscó una solución autoritaria permanente para Chile inspirada por los corporativismos europeos de principio de siglo o por el régimen de tutelaje militar propugnado por Bordaberry, el ex dictador uruguayo, recientemente arrestado por su presunta responsabilidad por la violación de derechos humanos en ese país.
Sólo la resistencia de sectores más democráticos en la derecha chilena y en las otras ramas de las Fuerzas Armadas pudieron impedir la aprobación de una Constitución de corte aún más autoritario, aunque esas mismas fuerzas no pudieron impedir las ambiciones de Pinochet de seguir gobernando a Chile hasta fines de siglo. Y sólo el éxito de la oposición democrática chilena que derrotó al dictador en el plebiscito que él mismo convocó en 1988 le puso final a sus desmesuradas ambiciones de poder.
En otras palabras, fue la incapacidad del gobierno militar de implementar la viga maestra de su proyecto político, la destrucción de los liderazgos y partidos políticos tradicionales, que permitieron la recuperación de la democracia en Chile -cuando estos mismos sectores encontraron también el camino de la reconciliación asumiendo los errores del pasado y valorando la democracia como un fin en sí, y no sólo como un instrumento para lograr otro proyecto de nación. Pensar que Pinochet fue el artífice de la democracia chilena es tergiversar profundamente el legado democrático del país, la solidez de sus instituciones preexistentes, y la capacidad de los demócratas chilenos de encontrar la reconciliación a pesar de la represión. Si en forma perversa Pinochet contribuyó de alguna forma al restablecimiento de la democracia en Chile, fue en ayudar a todos los chilenos a tomar conciencia del terrible precio que un país paga cuando la democracia se destruye.
¿Y qué del legado de la gestión económica de Pinochet? Aquí el dictador se merece algún reconocimiento. Sin la luz verde que les dio a los economistas de la escuela de Chicago las reformas económicas del gobierno militar, que privilegiaron al sector privado y la apertura de la economía al mundo, no se habrían concretado por el estatismo tanto de las Fuerzas Armadas como de la clase empresarial chilena acostumbrada a vivir al amparo del sector público.
Pero esas reformas tampoco habrían calado si Chile no hubiese tenido Fuerzas Armadas autónomas y no instrumentalizadas por sectores económicos como es el caso de las dictaduras vecinas, así como instituciones estatales fuertes y tradición de estado de derecho, todos legados de la larga trayectoria democrática del país. Hoy sabemos que el éxito de las reformas económicas se debe tanto o más a la calidad de las instituciones que a las características de las recetas técnicas como tales.
Es también evidente que el reconocido éxito de Chile hoy se debe más bien a la labor de los tres gobiernos democráticos que al asumir muchas de las reformas del gobierno militar les entregaron legitimidad democrática, al tiempo que las profundizaron adoptando políticas sociales destinadas a reducir el legado de la pobreza y hacer de Chile un país capaz de competir en un mundo globalizado.
Por último, ahora sabemos que otro mito de Pinochet también es incierto. Sus partidarios lo acompañaron a pesar de las sistemáticas violaciones de los derechos humanos, al comprar el argumento que había salvado al país de un totalitarismo seguro. Para ellos Pinochet no pudo ser un déspota común y corriente -siempre fue el abnegado patriota que con gran sacrificio salvó los destinos de la nación. Sin embargo, con las revelaciones de que Pinochet y su familia habrían supuestamente acumulado en forma ilícita millones de dólares en cuentas extranjeras, que podría ser la corrupción más grande de la historia de un país caracterizado por gobernantes sobrios y honestos, Pinochet corre el riesgo de ser recordado por la historia no sólo por los abusos a los derechos de las personas, sino por ser otro mero dictador de república bananera.
"
Lo que falta por explicar tanta demonización no sólo a Pinochet sino también a los militares que les tocó hacer el trabajo sucio, como por ejemplo: Concreras y los DINA. Y sin Concreras, el terrorismo financianciado por Castro, hubiera ganado.
Y ahora en Argentina, los terroristas solicitando la extradición de Isabel Perón. No tiene sentido.
 
Creo que el artículo de Valenzuela tiene una buena cantidad de errores y pienso contestarle en su momento,aunque si tienes tiempo,tú lo harías mejor.¿Te animas?
 
De acuerdo Francisco:
Con todo, parece los chilenos no nos podemos alejar, o bien de Pinochet, o bien de Allende.
En el mismo lugar,encontré un artículo también sobre Pinochet del filósofo francés Bernard Henry Levy.
PD: Un amigo chileno que me comenta siempre, encontró un blog chileno que le atribuía la libertad económica a Bachelet. Y para el colmo mencionaba la Fundación Hertiga o algo así. ¡Increíble!
 
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