March 14, 2007
Elogio del mercado (2), Por Carlos Rodríguez Braun
Veamos ahora algunas de las críticas u objeciones contra el mercado :
1. El monopolio
Se alega que las empresas crecen ilimitadamente y controlan sus mercados. El temor a los gigantes, agitado por empresarios menos competitivos , se basa en una concepción estática. No vemos que el gigante de hoy es el enano de ayer, y que no tiene de ninguna manera garantizada su posición.
Las ganancias elevadas del teórico monopolista atraen a otros competidores, a menos que los monopolios estén garantizados por el Estado. Es curioso que a veces la legislación antimonopolio sea reclamada precisamente para evitar la competencia. Por ejemplo, los fabricantes de autos en los Estados Unidos pretendieron evitar la entrada de autos japoneses con el argumento de que se adueñarían del mercado y se convertirían en monopolistas.
No hay forma de saber cuántas empresas son necesarias para que haya competencia. En este sentido, la pretensión de los políticos de limitar la instalación de hipermercados para proteger a los pequeños comerciantes es ridícula. Primero porque quieren proteger negocios ineficientes. Segundo, porque pretenden saber algo que no saben, es decir, cuántas empresas son necesarias para que haya competencia.
2. Bienes públicos y externalidades
Los bienes públicos se caracterizan por la no rivalidad y no exclusión. Es decir, el consumo de alguien no disminuye la cantidad disponible para otro, y por otro lado no se puede impedir que alguien disfrute de ellos. Un ejemplo es la defensa nacional.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, dos cosas. Que un bien sea público no significa que sea gratuito; alguien tiene que pagarlo. Tampoco debe ser producido por el Estado, y menos en régimen de monopolio. Es perfectamente concebible que empresas privadas suministren bienes públicos, como infraestructuras, seguridad, e incluso justicia.
Muy pocos de los bienes que produce el Estado son públicos en sentido más o menos riguroso. Es él quien decide cuáles son.
Se conoce como externalidades los efectos no voluntarios de las transacciones sobre el bienestar de las personas que no forman parte de las mismas. Por ejemplo, si hay una fábrica cuyos humos manchan las camisas tendidas en los patios, allí hay una externalidad negativa.
Los economistas tendieron inicialmente a pensar que la única solución era la intervención pública, mediante controles, multas, impuestos y subvenciones. Sin embargo existen muchos casos en que hay soluciones de mercado. Un ejemplo clásico es el de los primeros ferrocarriles de Estados Unidos. A veces incendiaban los cultivos de los campos por los que pasaban. Los dueños del ferrocarril negociaban las indemnizaciones con los agricultores afectados.
En realidad las externalidades no son un fallo del mercado. Sólo resultan un problema cuando los costos de transacción son altos o cuando no están definidos los derechos de propiedad. Aquí se abren grandes posibilidades para aprovechar la capacidad innovadora de los individuos en el mercado para manejar las externalidades.
3. Equidad y macroeconomía
Se acusa también al mercado de ser injusto y de producir perturbaciones macroeconómicas. Para resolver estos problemas se considera imprescindible la intervención del Estado.
La justicia se interpreta como igualdad, pero los seres humanos somos desiguales en todo. Por tanto, el mercado tiene que generar desigualdad, pero también riqueza para todos. Cuanto más primitivos son los hombres, más iguales son. En todo caso, ¿por qué la desigualdad no es equitativa? La intervención del Estado sustituye una desigualdad por otra. Las estadísticas de riqueza y pobreza son preparadas por el Estado. Por un lado, ignoran el impacto del gasto público sobre el ingreso de los ciudadanos. Si yo recibo atención médica gratuita, eso es un ingreso para mí. Por otro lado, la gente tiende a ocultar la riqueza y exhibir la pobreza cuando el Estado recoge información. Por ello, sus estadísticas son poco confiables.
La desigualdad en el mercado no es un problema siempre que nadie nos ponga obstáculos para desarrollar nuestros proyectos. En cualquier caso, los ingresos de los pobres siempre serán mayores de lo que serían en una economía sin mercado.
Pasemos a la inestabilidad macroeconómica, que incluye crecimiento, estabilidad y empleo. Se pensó que el Estado podía moderar los ciclos económicos y solucionar el paro y la inflación. La creencia duró hasta los años 70, cuando se dio la llamada estanflación, combinación de estancamiento económico e inflación. En contra de lo que dijeron los intervencionistas, el Estado no cumplió ninguno de los objetivos que prometía. La inflación es la consecuencia de la intervención del gobierno en la banca central, y el paro, de las distorsiones introducidas en el mercado de trabajo .
4. Información incompleta
Se indica que este es otro fallo del mercado que justifica la intervención del gobierno. Por ejemplo, si voy a comprar un auto de segunda mano o acudo a una consulta médica, yo tengo muy poca información en comparación con el vendedor o el médico.
En realidad, todos los mercados sin excepción tienen problemas de información. ¿Deberíamos eliminarlos? Si encargamos al gobierno que provea todos los bienes, ¿lo haría mejor o peor? Huelga la respuesta.
5. La perfección y otros dislates
El argumento a favor del mercado no requiere que sea perfecto. Hay fallos del mercado que pueden ser corregidos por el mismo mercado. El Estado tiende a agravarlos, no a reducirlos.
El mercado no presupone sabiduría, pero premia las soluciones acertadas. La imperfección humana y el carácter contraintuitivo de los mercados han producido su repudio, sobre todo entre los intelectuales.
Hemos sido testigos de la caída del comunismo y de la catástrofe que produce la eliminación de las libertades económicas y no económicas. Pero todavía hay quienes justifican el comunismo en términos de una igualdad y bienestar imaginarios.
La libertad económica es hoy más apreciada que antes, sobre todo por los economistas. Pero todavía predomina en la opinión pública una visión ingenua y primitiva del mercado, así como concepciones instintivas en una materia que es altamente compleja. Todavía se considera el mercado como un asunto puramente económico, sin facetas morales. Lo cierto es que el liberalismo es un humanismo que defiende la libertad de elección y la responsabilidad de las personas. El miedo a la libertad, particularmente económica, no ha sido despejado todavía.
( Estado contra mercado, Taurus, 2000, Pag. 35- 62 )
Veamos ahora algunas de las críticas u objeciones contra el mercado :
1. El monopolio
Se alega que las empresas crecen ilimitadamente y controlan sus mercados. El temor a los gigantes, agitado por empresarios menos competitivos , se basa en una concepción estática. No vemos que el gigante de hoy es el enano de ayer, y que no tiene de ninguna manera garantizada su posición.
Las ganancias elevadas del teórico monopolista atraen a otros competidores, a menos que los monopolios estén garantizados por el Estado. Es curioso que a veces la legislación antimonopolio sea reclamada precisamente para evitar la competencia. Por ejemplo, los fabricantes de autos en los Estados Unidos pretendieron evitar la entrada de autos japoneses con el argumento de que se adueñarían del mercado y se convertirían en monopolistas.
No hay forma de saber cuántas empresas son necesarias para que haya competencia. En este sentido, la pretensión de los políticos de limitar la instalación de hipermercados para proteger a los pequeños comerciantes es ridícula. Primero porque quieren proteger negocios ineficientes. Segundo, porque pretenden saber algo que no saben, es decir, cuántas empresas son necesarias para que haya competencia.
2. Bienes públicos y externalidades
Los bienes públicos se caracterizan por la no rivalidad y no exclusión. Es decir, el consumo de alguien no disminuye la cantidad disponible para otro, y por otro lado no se puede impedir que alguien disfrute de ellos. Un ejemplo es la defensa nacional.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, dos cosas. Que un bien sea público no significa que sea gratuito; alguien tiene que pagarlo. Tampoco debe ser producido por el Estado, y menos en régimen de monopolio. Es perfectamente concebible que empresas privadas suministren bienes públicos, como infraestructuras, seguridad, e incluso justicia.
Muy pocos de los bienes que produce el Estado son públicos en sentido más o menos riguroso. Es él quien decide cuáles son.
Se conoce como externalidades los efectos no voluntarios de las transacciones sobre el bienestar de las personas que no forman parte de las mismas. Por ejemplo, si hay una fábrica cuyos humos manchan las camisas tendidas en los patios, allí hay una externalidad negativa.
Los economistas tendieron inicialmente a pensar que la única solución era la intervención pública, mediante controles, multas, impuestos y subvenciones. Sin embargo existen muchos casos en que hay soluciones de mercado. Un ejemplo clásico es el de los primeros ferrocarriles de Estados Unidos. A veces incendiaban los cultivos de los campos por los que pasaban. Los dueños del ferrocarril negociaban las indemnizaciones con los agricultores afectados.
En realidad las externalidades no son un fallo del mercado. Sólo resultan un problema cuando los costos de transacción son altos o cuando no están definidos los derechos de propiedad. Aquí se abren grandes posibilidades para aprovechar la capacidad innovadora de los individuos en el mercado para manejar las externalidades.
3. Equidad y macroeconomía
Se acusa también al mercado de ser injusto y de producir perturbaciones macroeconómicas. Para resolver estos problemas se considera imprescindible la intervención del Estado.
La justicia se interpreta como igualdad, pero los seres humanos somos desiguales en todo. Por tanto, el mercado tiene que generar desigualdad, pero también riqueza para todos. Cuanto más primitivos son los hombres, más iguales son. En todo caso, ¿por qué la desigualdad no es equitativa? La intervención del Estado sustituye una desigualdad por otra. Las estadísticas de riqueza y pobreza son preparadas por el Estado. Por un lado, ignoran el impacto del gasto público sobre el ingreso de los ciudadanos. Si yo recibo atención médica gratuita, eso es un ingreso para mí. Por otro lado, la gente tiende a ocultar la riqueza y exhibir la pobreza cuando el Estado recoge información. Por ello, sus estadísticas son poco confiables.
La desigualdad en el mercado no es un problema siempre que nadie nos ponga obstáculos para desarrollar nuestros proyectos. En cualquier caso, los ingresos de los pobres siempre serán mayores de lo que serían en una economía sin mercado.
Pasemos a la inestabilidad macroeconómica, que incluye crecimiento, estabilidad y empleo. Se pensó que el Estado podía moderar los ciclos económicos y solucionar el paro y la inflación. La creencia duró hasta los años 70, cuando se dio la llamada estanflación, combinación de estancamiento económico e inflación. En contra de lo que dijeron los intervencionistas, el Estado no cumplió ninguno de los objetivos que prometía. La inflación es la consecuencia de la intervención del gobierno en la banca central, y el paro, de las distorsiones introducidas en el mercado de trabajo .
4. Información incompleta
Se indica que este es otro fallo del mercado que justifica la intervención del gobierno. Por ejemplo, si voy a comprar un auto de segunda mano o acudo a una consulta médica, yo tengo muy poca información en comparación con el vendedor o el médico.
En realidad, todos los mercados sin excepción tienen problemas de información. ¿Deberíamos eliminarlos? Si encargamos al gobierno que provea todos los bienes, ¿lo haría mejor o peor? Huelga la respuesta.
5. La perfección y otros dislates
El argumento a favor del mercado no requiere que sea perfecto. Hay fallos del mercado que pueden ser corregidos por el mismo mercado. El Estado tiende a agravarlos, no a reducirlos.
El mercado no presupone sabiduría, pero premia las soluciones acertadas. La imperfección humana y el carácter contraintuitivo de los mercados han producido su repudio, sobre todo entre los intelectuales.
Hemos sido testigos de la caída del comunismo y de la catástrofe que produce la eliminación de las libertades económicas y no económicas. Pero todavía hay quienes justifican el comunismo en términos de una igualdad y bienestar imaginarios.
La libertad económica es hoy más apreciada que antes, sobre todo por los economistas. Pero todavía predomina en la opinión pública una visión ingenua y primitiva del mercado, así como concepciones instintivas en una materia que es altamente compleja. Todavía se considera el mercado como un asunto puramente económico, sin facetas morales. Lo cierto es que el liberalismo es un humanismo que defiende la libertad de elección y la responsabilidad de las personas. El miedo a la libertad, particularmente económica, no ha sido despejado todavía.
( Estado contra mercado, Taurus, 2000, Pag. 35- 62 )