April 29, 2007

 
La envidia : El eminente en la sociedad de iguales

La élite intelectual de cualquier sociedad moderna es especialmente vulnerable a alguna forma de comportamiento para evitar la envidia. La parálisis de la élite por miedo a la envidia ha sido documentada por Robert Michels. Es significativa también la confesión de André Gide de que se curó de su prejuicio a favor del comunismo en su viaje de 1936 a la URSS. En vez de encontrar la igualdad, encontró una enorme diferencia entre el nivel de vida de las élites y el de la población en general.

El sentimiento de culpa en una persona prominente puede surgir del conocimiento de que tuvo mejor educación que sus hermanos, o de que él ha progresado mientras que otros miembros de su familia no lo han hecho, o de cualquier otra circunstancia. Estas personas tienden a creer que en una sociedad comunista todo el mundo sería feliz y por tanto ellos se liberarían del sentimiento de culpa.

En el mundo cristiano, todo el mundo puede sentirse conectado con los otros a través de Dios. En nuestra sociedad, el nuevo Dios es la utopía de una sociedad igualitaria.

En la actualidad, en las sociedades occidentales mucha gente parece tan temerosa de la envidia como los miembros de las sociedades primitivas. La solución parece ser el aceptar todas las formas de envidia como justificadas a la luz de la idea de igualdad.

En 1945, Simone de Beauvoir, compañera de Sartre, tuvo que enfrentar el hecho de que iban a tener mucho dinero. Inicialmente sintió miedo y trataba de gastar lo menos posible en sí misma. Poco a poco, tanto ella como Sartre se fueron acostumbrando a un nuevo estilo de vida. Su incomodidad respecto a su explotación indirecta de las masas fue desapareciendo. Sin embargo, nunca pudo resolver el problema de cuánta injusticia social puede permitirse un exitoso escritor socialista. “Considerando todo, mi forma de decidir si podía permitirme unas cosas y negarme otras, era totalmente arbitraria. No hay forma de establecer un principio lógico”. (La fuerza de las cosas)

En sus escritos autobiográficos Arthur Koestler recuerda que se convirtió en comunista a causa de su indignación por el hecho de que los ricos no experimentasen hacia su desigualdad el mismo sentimiento de culpa que él experimentaba. “Yo sentía culpabilidad cuando mis padres me compraban libros o juguetes. Más tarde, cuando cada traje que me compraba significaba que tenía menos dinero para enviar a casa. A la vez, desarrollé un enorme disgusto hacia los ricos, no porque pudieran comprar cosas, sino porque lo hacían sin sentirse culpables”. ( El Dios que fracasó )

En su gran libro sobre los niños en el kibbutz, M. Spiro describe el caso de un joven que, al escribir cada verso, se siente culpable respecto a sus compañeros de dormitorio que no pueden escribir poesía.

El psiquiatra Robert Seidenberg cuenta el caso de un joven al que cualquier regalo le resultaba incómodo. Él tenía que corresponder inmediatamente con un regalo mayor. Le resultaba difícil aceptar cualquier invitación a comer, y siempre lograba que el anfitrión se sintiera incómodo. Durante las sesiones de análisis el joven manifestó envidia hacia su anfitrión. Era incapaz de recibir porque era envidioso.

Seidenberg tiene unas consideraciones muy atinadas: “La capacidad para ser un invitado exige un mayor desarrollo emocional que para ser anfitrión. Exige una mayor sublimación para jugar su papel sin provocar ansiedad en su anfitrión”.

Me he encontrado varias veces, tanto en Europa como en Estados Unidos, con el tipo de personas descrito por Seidenberg.

( Envy, Por Helmut Schoeck, Pag. 327-340 )

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