May 17, 2007

 
El espejismo de la igualdad (2), Por Thomas Sowell

Aunque la envidia fue considerada como un pecado capital, hoy día es una virtud bajo el nombre de “justicia social”. La envidia, expresada como hostilidad hacia otros, es útil para quienes hacen carrera como políticos, activistas grupales, o intelectuales, porque pueden sacar partido de la envidia de otros.

En una de las fábulas de Esopo, un caballo quiere comer paja pero resulta que un perro está tumbado sobre ella. Aunque el perro no come paja, se rehúsa a moverse para que el caballo pueda comer simplemente por el placer de impedir que el caballo coma.

Después de la primera guerra mundial, Rumania adquirió territorios de los Poderes Centrales derrotados, que incluyeron universidades culturalmente alemanas y húngaras. En ese momento, el 75% de los rumanos no tenían ninguna educación, así que los alemanes y húngaros en esas universidades no impedían educarse a los rumanos. No obstante, el gobierno hizo todo lo posible para sacar a los alemanes y húngaros de las universidades. Más aún, el gobierno prohibió que los estudiantes húngaros viajaran a estudiar en las universidades de Hungría.

La misma actitud se revela a veces en las políticas de impuestos. Muchas veces se trata de “golpear a los ricos”, independientemente de que las políticas sean o no buenas para la sociedad en general o los ingresos del gobierno.

Esta actitud ha sido elevada al nivel de filosofía académica en el libro de John Rawls “A Theory of Justice “. Rawls dice que las políticas que mejoran la situación de la sociedad en general deben ser rechazadas si no mejoran también la situación de los más pobres. Incluso aunque estos no empeoren, nadie tiene derecho a mejorar sin su participación.

Una de las peores consecuencias del espejismo de la igualdad y la envidia es la reacción contra toda forma de autoridad y contra la diferenciación social. Las escuelas minan constantemente la autoridad de los padres. Como todo lo humano, la autoridad es imperfecta y debe tener límites. Pero invocar el slogan de “cuestionemos la autoridad” lleva a la pregunta de ¿Con qué autoridad nos dice usted que cuestionemos la autoridad?

La envidia es insaciable en dos sentidos. Primero, ninguna redistribución de ingreso, riqueza, u otros beneficios satisfará a todo el mundo. Segundo, no hay forma de evaluar las ventajas y desventajas simultáneas que tiene cada individuo y cada grupo. Así que A puede envidiar a B por unas cosas y B a A por otras.

La cuestión no es si sería bueno reducir la envidia, sino cuál es el costo de hacerlo. Si queremos reducir la envidia reduciendo las disparidades, primero tendremos que concentrarnos en estas, con lo que aumentaremos primero la envidia con la esperanza de reducirla después.

Todos podemos estar de acuerdo en la igualdad ante la ley, pero exigir igualdad de resultados es el camino del desastre. Aunque todos tuviéramos igual capacidad, no todos tenemos los mismos intereses. Pero, además, es absurdo partir del principio de que todas las cualidades están distribuidas uniformemente entre todos los grupos. De esta forma, se crea una discriminación ficticia cada vez que un grupo no está representado de acuerdo al porcentaje de población que representa.

Se ha creado la idea de que la igualdad es natural y la desigualdad se debe a la actuación de grupos siniestros. Así, los estándares de desempeño son sospechosos y los esfuerzos para ayudar a los menos afortunados a mejorar su desempeño son condenados como imperialismo cultural.

El éxito de unos se considera una afrenta para el resto. Esta es una consecuencia inevitable del espejismo de la igualdad. Ya que no existe la igualdad de desempeño, sólo queda divorciar el desempeño del premio.

Los apóstoles de la igualdad impuesta no son conscientes de las consecuencias de sus acciones. Su presunción de superioridad moral incluso les impide considerar la envidia o discutir serenamente con quienes piensan diferente.

Otra consecuencia de esta cruzada son las relaciones envenenadas entre razas y sexos. Las fracturas internas y la desmoralización han jugado un rol crucial en la decadencia de otras civilizaciones, y no podemos pensar que nosotros somos inmunes.

( The quest for cosmic justice, Free Press, 1999, Pag. 51-95 )

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