May 02, 2007
La envidia : Teoría de la envidia en la existencia humana
Las consecuencias sociales de la envidia y del miedo a la misma no alcanzan el mismo grado en diferentes culturas. Para mantener una sociedad y sus procesos sociales esenciales sólo se requiere un mínimo de envidia. Cualquier exceso sobre dicho mínimo causará más mal que bien.
Cuando logran establecerse, la envidia y los envidiosos ponen en peligro cualquier grupo o sociedad. Nadie puede estar seguro de que no haya un envidioso tratando de hacerle daño. Esto se ve incluso en los distritos rurales de los países industriales. En Baviera y Austria los campesinos viejos todavía mezclan la “hierba de la envidia” con el forraje para proteger el ganado contra la brujería envidiosa (Verneiden).
Existen dos procesos sociales en los que el envidioso tiene un rol considerable: los procesos inhibidores, para impedir la innovación, y los procesos destructivos de la revolución. El que ataca la innovación, porque no puede tolerar el éxito del innovador, y el que quiere la destrucción del sistema vigente, suelen tener el mismo motivo básico. Ambos están enfurecidos porque otros tienen, saben, creen, valoran, o son capaces de hacer algo que ellos no pueden.
Hay que decir que la envidia no es totalmente negativa. En ocasiones, el envidioso puede descubrir al estafador y al ladrón, actuando como policía de facto. La envidia también puede evitar la excesiva preeminencia de un grupo sobre otros.
La envidia puede jugar un papel positivo en la innovación. En la medida que el envidioso se da cuenta de la futilidad de su actitud puede transformarla en un impulso para lograr más que otros, lo que puede generar un comportamiento competitivo.
Contrario a la visión superficial, la vía para salir de la envidia no es el ascetismo, la abstinencia o la soledad. La única vía es llenarse de nuevos impulsos, sentimientos y pensamientos, que para que sirvan deben ser asertivos, dinámicos y que miren hacia el futuro. Para muchos su deseo de superar su envidia puede haber sido un genuino incentivo para el logro y la satisfacción.
En todas las culturas, el comportamiento para evitar la envidia es la norma. Pero también sucede el caso de individuos que deliberadamente quieren lograr algo para despertar la envidia de sus críticos, rivales o parientes. En estos casos, el provocador trata de vengarse o castigar.
Es notable que los envidiosos no logran que el mundo funcione según sus estándares. Esto es comprensible, ya que ningún grupo o sociedad podría funcionar sin restringir la envidia de alguna forma. Incluso para la mayoría de las personas sería imposible vivir bajo el dominio permanente de la envidia. El envidioso cree que todos tienen buena suerte menos él. Con esta visión de la vida es casi imposible, incluso fisiológicamente, el poder vivir durante mucho tiempo.
En las sociedades primitivas, quien no era capaz de ocultar su envidia era incluso eliminado. Las sociedades humanas nunca han reconocido la envidia como algo positivo. Sólo en el marxismo se legítima la envidia, y posiblemente por la promesa de que, después de la revolución, no existirán ni clases sociales ni envidia.
Desde finales del siglo XVIII ha cambiado el énfasis hacia el apaciguamiento de la envidia. Este cambio es atribuible no sólo a los políticos e intelectuales envidiosos y resentidos, sino también a personas magnánimas atormentadas por el sentimiento de culpa.
Sin embargo, aquellos que han capitulado han pasado por alto dos hechos decisivos. Primero, el funcionamiento eficiente de cualquier grupo humano amplio depende no sólo de la reducción de la envidia sino de la consideración de las personas envidiosas. Segundo, no existe la posibilidad de una sociedad que elimine la envidia o la mala conciencia social.
El hombre primitivo toma en cuenta la envidia ajena como un hecho indiscutible. No cree en la bondad del hombre. Para él, el otro es siempre un enemigo envidioso. No duda de la desigualdad ni de la envidia.
La cosa cambia con el europeo y el norteamericano a partir de mediados del siglo XVIII. Una pregunta adicional sería si la desestratificación desde la Revolución Francesa se debe al creciente miedo a ser envidiado. En cualquier caso, durante los últimos doscientos años se ha hecho casi obligatorio el creer en la bondad del hombre. Pero si hemos de creer en la posibilidad del hombre bueno, benevolente y liberado de la envidia, tenemos que insistir también en la utopía del igualitarismo. Esto es imposible porque la envidia es inherente al ser humano. Una sociedad en la que nadie temiera la envidia carecería de los controles sociales para su existencia. Las culturas primitivas prueban que la envidia florece incluso cuando todos son casi iguales.
( Envy, Por Helmut Schoeck, Pag. 413-427 )
Las consecuencias sociales de la envidia y del miedo a la misma no alcanzan el mismo grado en diferentes culturas. Para mantener una sociedad y sus procesos sociales esenciales sólo se requiere un mínimo de envidia. Cualquier exceso sobre dicho mínimo causará más mal que bien.
Cuando logran establecerse, la envidia y los envidiosos ponen en peligro cualquier grupo o sociedad. Nadie puede estar seguro de que no haya un envidioso tratando de hacerle daño. Esto se ve incluso en los distritos rurales de los países industriales. En Baviera y Austria los campesinos viejos todavía mezclan la “hierba de la envidia” con el forraje para proteger el ganado contra la brujería envidiosa (Verneiden).
Existen dos procesos sociales en los que el envidioso tiene un rol considerable: los procesos inhibidores, para impedir la innovación, y los procesos destructivos de la revolución. El que ataca la innovación, porque no puede tolerar el éxito del innovador, y el que quiere la destrucción del sistema vigente, suelen tener el mismo motivo básico. Ambos están enfurecidos porque otros tienen, saben, creen, valoran, o son capaces de hacer algo que ellos no pueden.
Hay que decir que la envidia no es totalmente negativa. En ocasiones, el envidioso puede descubrir al estafador y al ladrón, actuando como policía de facto. La envidia también puede evitar la excesiva preeminencia de un grupo sobre otros.
La envidia puede jugar un papel positivo en la innovación. En la medida que el envidioso se da cuenta de la futilidad de su actitud puede transformarla en un impulso para lograr más que otros, lo que puede generar un comportamiento competitivo.
Contrario a la visión superficial, la vía para salir de la envidia no es el ascetismo, la abstinencia o la soledad. La única vía es llenarse de nuevos impulsos, sentimientos y pensamientos, que para que sirvan deben ser asertivos, dinámicos y que miren hacia el futuro. Para muchos su deseo de superar su envidia puede haber sido un genuino incentivo para el logro y la satisfacción.
En todas las culturas, el comportamiento para evitar la envidia es la norma. Pero también sucede el caso de individuos que deliberadamente quieren lograr algo para despertar la envidia de sus críticos, rivales o parientes. En estos casos, el provocador trata de vengarse o castigar.
Es notable que los envidiosos no logran que el mundo funcione según sus estándares. Esto es comprensible, ya que ningún grupo o sociedad podría funcionar sin restringir la envidia de alguna forma. Incluso para la mayoría de las personas sería imposible vivir bajo el dominio permanente de la envidia. El envidioso cree que todos tienen buena suerte menos él. Con esta visión de la vida es casi imposible, incluso fisiológicamente, el poder vivir durante mucho tiempo.
En las sociedades primitivas, quien no era capaz de ocultar su envidia era incluso eliminado. Las sociedades humanas nunca han reconocido la envidia como algo positivo. Sólo en el marxismo se legítima la envidia, y posiblemente por la promesa de que, después de la revolución, no existirán ni clases sociales ni envidia.
Desde finales del siglo XVIII ha cambiado el énfasis hacia el apaciguamiento de la envidia. Este cambio es atribuible no sólo a los políticos e intelectuales envidiosos y resentidos, sino también a personas magnánimas atormentadas por el sentimiento de culpa.
Sin embargo, aquellos que han capitulado han pasado por alto dos hechos decisivos. Primero, el funcionamiento eficiente de cualquier grupo humano amplio depende no sólo de la reducción de la envidia sino de la consideración de las personas envidiosas. Segundo, no existe la posibilidad de una sociedad que elimine la envidia o la mala conciencia social.
El hombre primitivo toma en cuenta la envidia ajena como un hecho indiscutible. No cree en la bondad del hombre. Para él, el otro es siempre un enemigo envidioso. No duda de la desigualdad ni de la envidia.
La cosa cambia con el europeo y el norteamericano a partir de mediados del siglo XVIII. Una pregunta adicional sería si la desestratificación desde la Revolución Francesa se debe al creciente miedo a ser envidiado. En cualquier caso, durante los últimos doscientos años se ha hecho casi obligatorio el creer en la bondad del hombre. Pero si hemos de creer en la posibilidad del hombre bueno, benevolente y liberado de la envidia, tenemos que insistir también en la utopía del igualitarismo. Esto es imposible porque la envidia es inherente al ser humano. Una sociedad en la que nadie temiera la envidia carecería de los controles sociales para su existencia. Las culturas primitivas prueban que la envidia florece incluso cuando todos son casi iguales.
( Envy, Por Helmut Schoeck, Pag. 413-427 )