August 20, 2007
Rincón literario : Turistas del ideal, Por Ignacio Vidal-Folch
Esta es una novela de 2005, la primera de una trilogía sobre la España actual. Es una sátira sobre los “progresistas” aburguesados, revolucionarios apoltronados y demagogos de buenas, o más bien malas, intenciones.
La novela pone de relieve la contradicción entre la palabrería revolucionaria de las élites culturales y su realidad acomodada y burguesa. Claro que es muy posible que no haya ninguna contradicción real. Después de todo, esa es una forma como cualquier otra de hacerse rico, con la ventaja añadida de acallar escrúpulos y ayudar a dormir mejor por las noches.
Y si no, que se lo pregunten a Bono, de U-2 : “¿Donaría usted su fortuna a los africanos?” Respuesta :”No tiene sentido, sería una gota en un océano”. Esto sí es salirse elegantemente por la tangente.
La mayor parte de la novela se desarrolla en México. Los “turistas” charlan y toman tragos en la terraza del Hotel Savoy, el más caro de la ciudad, mientras esperan primero, y observan después, a Marcos y sus seguidores en la denominada Marcha de la Dignidad, cuyo destino era la Plaza de la Catedral, frente al hotel.
En un determinado momento los “turistas” discuten acaloradamente si deberían incorporarse a la marcha. Al final, prevalece el buen sentido burgués y se quedan donde están, hasta que el sol calienta demasiado y se hace recomendable buscar el aire acondicionado.
Los “turistas” más relevantes de la novela son :
1. Vigil, escritor comunista español, autor de novelas policíacas y especialista en gastronomía.
2. Augusto, novelista portugués, Premio Nóbel de Literatura, melancólico y envejecido.
3. Colores, cantautor y noctámbulo, mujeriego y cocainómano.
4. Mermel, alto funcionario de la ONU.
5. Un cineasta californiano famoso por sus películas conspirativas y paranoicas.
6. Fortyún, veterano juglar catalán de la canción protesta.
7. Heredia, bailarín flamenco íntimo de Fidel Castro, demacrado por el cáncer.
8. Haas, novelista alemán y Premio Nóbel de Literatura.
9. Tronchon, cocinero francés, gran debelador de la comida rápida y todo un crack cultural en lo referente a gastronomía y progresismo, “nouvelle cuisine” y nueva izquierda.
10. Finalmente, una tropa de anarquistas italianos, miembros de ONGs, etarras, militantes antisistema y miembros de la tribu en general.
Yo pienso que el título de la novela es un trasunto del clásico de Paul Hollander “Political Pilgrims”, que cuenta la peregrinación de los izquierdistas occidentales por los diferentes países socialistas, dependiendo de la moda del momento. La diferencia es que lo que en el pasado fue peregrinaje hoy es turismo, con las consiguientes ventajas añadidas. Por ejemplo, Saramago estuvo en Cuba a inicios de los 60, acogido por Heberto Padilla y viviendo modestamente. Pero en los 90, rico y famoso, disfruta sin mala conciencia de las comodidades del Savoy. ¿Y por qué no? Ya tendrá tiempo de repartir su dinero en la próxima revolución. Mientras tanto, bien puede hacer bueno aquello de ”A quien Dios de lo dió, San Pedro se lo bendiga”.
Los tres personajes principales son Vigil (Manuel Vázquez Montalbán), Augusto (José Saramago) y Colores (¿Joaquín Sabina?).
Vigil es una especie de maestro de ceremonias. Conoce a todos y todos le conocen a él, aunque no se conozcan entre si. Parece que conoció a Marcos en la presentación de una de sus novelas en la librería Cosmos de Valladolid. Luego fue invitado a Chiapas y se convirtió en el portavoz de los “éxitos” de la “guerrilla india” en artículos, charlas, entrevistas y conferencias.
La historia le jugó unas cuantas malas pasadas. En 1959, cuando Castro entró en La Habana, era impúber; en mayo del 68 no pudo viajar a París porque le habían retirado el pasaporte; una inoportuna gripe le impidió asistir a la entrada de los sandinistas en Managua; pero ahora, al fin, estaba donde debía estar.
En un determinado momento, Vigil se plantea la posibilidad de quedarse en México con Lupe, guerrillera del grupo de Marcos. Rechaza la idea porque no ve claro cómo van a salir adelante. Luego piensa en volver con ella a Barcelona, pero no puede encontrar un arreglo que sea a la vez aceptable para él, su esposa y Lupe.
Vigil y Tronchon hablaban de escribir juntos un libro, una especie de manifiesto contra el imperialismo americano y en defensa de las gastronomías autóctonas, y del derecho inalienable de los pueblos a una nutrición equilibrada, sana y sabrosa. Por cierto, en su viaje Vigil le llevaba a Marcos una botella de Vega Sicilia y un paquete de morcillas empacadas al vacío que, lamentablemente, nunca pudo entregar y que a Marcos le hubieran importado un pimiento.
Augusto aparece como un escritor portugués refinado, pomposo y melancólico. Escribía tozuda y concienzudamente novelas de ideas, que trataban asuntos como la explotación del ecosistema, la esclavitud del tercer mundo por el capitalismo globalizado, la alienación de las masas a través de la televisión y el trabajo mecanizado, la muerte de la ética y los valores morales, sustituidos por un confort cada vez más cínico y el entretenimiento más frívolo, el amor sustituido por la pornografía, la soledad creciente.
No se hace ilusiones sobre el impacto de sus libros : “El mundo, sordo a mis esfuerzos, empeora, y mis lectores sólo guardan de mis libros la confortable sensación de que leyéndome se han hecho más buenos, más humanos, sin necesidad de comprometerse a fondo”.
Desde que recibió el Nóbel parecía más alto, caminaba muy erguido y vestía ropa a medida con paño de la mejor calidad. Pero fue perdiendo jovialidad. De los viajes que emprendía para hablar con tal o cual gobernante regresaba nervioso y malhumorado, despotricando contra la necedad de la gente. Los tiranos a los que había apoyado siempre, y que no habían cambiado, le decepcionaban de repente. Los homenajes que recibía le parecían aduladores, los elogios ponderados capciosos, y las críticas las atribuía al odio. Si no lo alojaban en un hotel lujoso se sentía menoscabado en su dignidad; si lo hacían, deploraba el despilfarro y el confort exagerado e innecesario.
Augusto estaba deslumbrado por el discurso de Marcos, al que consideraba como una síntesis de Walt Whitman, los filósofos de la Ilustración y el sermón de la montaña. Por discreción y modestia callaba que, a su entender, algunas de las ideas de Marcos parecían proceder directamente de sus libros.
Colores es el personaje más curioso de los tres. No se lleva en absoluto con Augusto, que lo considera como ignorante e impresentable, cosa que a Colores le importa un rábano. Por su parte Vigil, atento siempre al bien de la causa, lo estima en la medida en que sus canciones pueden contribuir a extender cierto clima progresista entre los sectores menos instruidos de la sociedad.
La inocencia, o inconsciencia, o crasa ignorancia de Colores en todo lo relacionado a las ideas, sumada a su afilada intuición para el kitsch sentimental, le permitía componer canciones como churros, todas en el mismo espectro emocional, romántico y canalla. Cada año el trovador lanzaba un disco con diez o doce nuevas canciones, con un mundo de sentimientos tópicos tan confortable como el de las novelas de Vigil, pero menos ideologizado y por tanto más accesible y popular.
La novela ofrece varios episodios de las diferencias de Colores con respecto a Augusto y Vigil. El primero se refiere a que los servicios de seguridad de Marcos habían expulsado de la marcha a un grupo de anarquistas italianos por alborotadores. Augusto dijo: “Modestia y aparte, yo ya avisé de los peligros de confundir la alegría y despreocupación propias de la juventud, motor de la revolución, con el libertinaje, que lleva el gusano de su decadencia y final descomposición”. Colores replicó : “Pero ¿cómo es eso, castigados sólo por enseñar el culo? ¿Qué clase de revolución es esta, tan gazmoña y represiva?”
Respecto al segundo, Vigil pensaba que sólo con que Marcos fuera recibido en el Congreso, ya sería un gran éxito. Colores contestó que sin cargarse a dos o tres banqueros y algún ministro, por lo menos, no había revolución que valiera y que todo terminaría como el rosario de la aurora.
En resumen, se trata de una novela que no pasará a la historia, pero que garantiza abundantes carcajadas a costa de nuestros queridos progres, que normalmente no tienen demasiado sentido del humor.
Esta es una novela de 2005, la primera de una trilogía sobre la España actual. Es una sátira sobre los “progresistas” aburguesados, revolucionarios apoltronados y demagogos de buenas, o más bien malas, intenciones.
La novela pone de relieve la contradicción entre la palabrería revolucionaria de las élites culturales y su realidad acomodada y burguesa. Claro que es muy posible que no haya ninguna contradicción real. Después de todo, esa es una forma como cualquier otra de hacerse rico, con la ventaja añadida de acallar escrúpulos y ayudar a dormir mejor por las noches.
Y si no, que se lo pregunten a Bono, de U-2 : “¿Donaría usted su fortuna a los africanos?” Respuesta :”No tiene sentido, sería una gota en un océano”. Esto sí es salirse elegantemente por la tangente.
La mayor parte de la novela se desarrolla en México. Los “turistas” charlan y toman tragos en la terraza del Hotel Savoy, el más caro de la ciudad, mientras esperan primero, y observan después, a Marcos y sus seguidores en la denominada Marcha de la Dignidad, cuyo destino era la Plaza de la Catedral, frente al hotel.
En un determinado momento los “turistas” discuten acaloradamente si deberían incorporarse a la marcha. Al final, prevalece el buen sentido burgués y se quedan donde están, hasta que el sol calienta demasiado y se hace recomendable buscar el aire acondicionado.
Los “turistas” más relevantes de la novela son :
1. Vigil, escritor comunista español, autor de novelas policíacas y especialista en gastronomía.
2. Augusto, novelista portugués, Premio Nóbel de Literatura, melancólico y envejecido.
3. Colores, cantautor y noctámbulo, mujeriego y cocainómano.
4. Mermel, alto funcionario de la ONU.
5. Un cineasta californiano famoso por sus películas conspirativas y paranoicas.
6. Fortyún, veterano juglar catalán de la canción protesta.
7. Heredia, bailarín flamenco íntimo de Fidel Castro, demacrado por el cáncer.
8. Haas, novelista alemán y Premio Nóbel de Literatura.
9. Tronchon, cocinero francés, gran debelador de la comida rápida y todo un crack cultural en lo referente a gastronomía y progresismo, “nouvelle cuisine” y nueva izquierda.
10. Finalmente, una tropa de anarquistas italianos, miembros de ONGs, etarras, militantes antisistema y miembros de la tribu en general.
Yo pienso que el título de la novela es un trasunto del clásico de Paul Hollander “Political Pilgrims”, que cuenta la peregrinación de los izquierdistas occidentales por los diferentes países socialistas, dependiendo de la moda del momento. La diferencia es que lo que en el pasado fue peregrinaje hoy es turismo, con las consiguientes ventajas añadidas. Por ejemplo, Saramago estuvo en Cuba a inicios de los 60, acogido por Heberto Padilla y viviendo modestamente. Pero en los 90, rico y famoso, disfruta sin mala conciencia de las comodidades del Savoy. ¿Y por qué no? Ya tendrá tiempo de repartir su dinero en la próxima revolución. Mientras tanto, bien puede hacer bueno aquello de ”A quien Dios de lo dió, San Pedro se lo bendiga”.
Los tres personajes principales son Vigil (Manuel Vázquez Montalbán), Augusto (José Saramago) y Colores (¿Joaquín Sabina?).
Vigil es una especie de maestro de ceremonias. Conoce a todos y todos le conocen a él, aunque no se conozcan entre si. Parece que conoció a Marcos en la presentación de una de sus novelas en la librería Cosmos de Valladolid. Luego fue invitado a Chiapas y se convirtió en el portavoz de los “éxitos” de la “guerrilla india” en artículos, charlas, entrevistas y conferencias.
La historia le jugó unas cuantas malas pasadas. En 1959, cuando Castro entró en La Habana, era impúber; en mayo del 68 no pudo viajar a París porque le habían retirado el pasaporte; una inoportuna gripe le impidió asistir a la entrada de los sandinistas en Managua; pero ahora, al fin, estaba donde debía estar.
En un determinado momento, Vigil se plantea la posibilidad de quedarse en México con Lupe, guerrillera del grupo de Marcos. Rechaza la idea porque no ve claro cómo van a salir adelante. Luego piensa en volver con ella a Barcelona, pero no puede encontrar un arreglo que sea a la vez aceptable para él, su esposa y Lupe.
Vigil y Tronchon hablaban de escribir juntos un libro, una especie de manifiesto contra el imperialismo americano y en defensa de las gastronomías autóctonas, y del derecho inalienable de los pueblos a una nutrición equilibrada, sana y sabrosa. Por cierto, en su viaje Vigil le llevaba a Marcos una botella de Vega Sicilia y un paquete de morcillas empacadas al vacío que, lamentablemente, nunca pudo entregar y que a Marcos le hubieran importado un pimiento.
Augusto aparece como un escritor portugués refinado, pomposo y melancólico. Escribía tozuda y concienzudamente novelas de ideas, que trataban asuntos como la explotación del ecosistema, la esclavitud del tercer mundo por el capitalismo globalizado, la alienación de las masas a través de la televisión y el trabajo mecanizado, la muerte de la ética y los valores morales, sustituidos por un confort cada vez más cínico y el entretenimiento más frívolo, el amor sustituido por la pornografía, la soledad creciente.
No se hace ilusiones sobre el impacto de sus libros : “El mundo, sordo a mis esfuerzos, empeora, y mis lectores sólo guardan de mis libros la confortable sensación de que leyéndome se han hecho más buenos, más humanos, sin necesidad de comprometerse a fondo”.
Desde que recibió el Nóbel parecía más alto, caminaba muy erguido y vestía ropa a medida con paño de la mejor calidad. Pero fue perdiendo jovialidad. De los viajes que emprendía para hablar con tal o cual gobernante regresaba nervioso y malhumorado, despotricando contra la necedad de la gente. Los tiranos a los que había apoyado siempre, y que no habían cambiado, le decepcionaban de repente. Los homenajes que recibía le parecían aduladores, los elogios ponderados capciosos, y las críticas las atribuía al odio. Si no lo alojaban en un hotel lujoso se sentía menoscabado en su dignidad; si lo hacían, deploraba el despilfarro y el confort exagerado e innecesario.
Augusto estaba deslumbrado por el discurso de Marcos, al que consideraba como una síntesis de Walt Whitman, los filósofos de la Ilustración y el sermón de la montaña. Por discreción y modestia callaba que, a su entender, algunas de las ideas de Marcos parecían proceder directamente de sus libros.
Colores es el personaje más curioso de los tres. No se lleva en absoluto con Augusto, que lo considera como ignorante e impresentable, cosa que a Colores le importa un rábano. Por su parte Vigil, atento siempre al bien de la causa, lo estima en la medida en que sus canciones pueden contribuir a extender cierto clima progresista entre los sectores menos instruidos de la sociedad.
La inocencia, o inconsciencia, o crasa ignorancia de Colores en todo lo relacionado a las ideas, sumada a su afilada intuición para el kitsch sentimental, le permitía componer canciones como churros, todas en el mismo espectro emocional, romántico y canalla. Cada año el trovador lanzaba un disco con diez o doce nuevas canciones, con un mundo de sentimientos tópicos tan confortable como el de las novelas de Vigil, pero menos ideologizado y por tanto más accesible y popular.
La novela ofrece varios episodios de las diferencias de Colores con respecto a Augusto y Vigil. El primero se refiere a que los servicios de seguridad de Marcos habían expulsado de la marcha a un grupo de anarquistas italianos por alborotadores. Augusto dijo: “Modestia y aparte, yo ya avisé de los peligros de confundir la alegría y despreocupación propias de la juventud, motor de la revolución, con el libertinaje, que lleva el gusano de su decadencia y final descomposición”. Colores replicó : “Pero ¿cómo es eso, castigados sólo por enseñar el culo? ¿Qué clase de revolución es esta, tan gazmoña y represiva?”
Respecto al segundo, Vigil pensaba que sólo con que Marcos fuera recibido en el Congreso, ya sería un gran éxito. Colores contestó que sin cargarse a dos o tres banqueros y algún ministro, por lo menos, no había revolución que valiera y que todo terminaría como el rosario de la aurora.
En resumen, se trata de una novela que no pasará a la historia, pero que garantiza abundantes carcajadas a costa de nuestros queridos progres, que normalmente no tienen demasiado sentido del humor.