November 02, 2007

 
Libertad y democracia

( Artículo del autor, publicado recientemente en el diario La Prensa)


En este escrito pretendo discutir dos temas : si la libertad y la democracia son o no equivalentes, y si la democracia garantiza o no por sí misma la vigencia de la libertad.

Comienzo por constatar que, con mucha frecuencia, se tiende a igualar o equiparar libertad y democracia. Por ejemplo, en las tertulias de televisión hay quienes dicen : “Yo puedo expresar mis opiniones porque vivimos en democracia”. Aquí hay una cierta falta de lógica. Si yo puedo expresar mis opiniones es porque vivo en un país libre, no porque vivo en un país democrático. La confusión es entendible, ya que normalmente los países democráticos suelen ser libres y viceversa.

Pero la confusión sigue siendo confusión. Por ejemplo, nadie negará que los países europeos son democráticos. Sin embargo en muchos de ellos la libertad de expresión está restringida. Uno puede ir a la cárcel o sufrir una cuantiosa multa por decir cosas que pueden ser interpretadas como demostrativas de odio hacia los musulmanes, o por negar o minimizar el genocidio de Hither contra los judíos, o por escribir que los actos homosexuales son un pecado. Estos ejemplos, que pueden alargarse fácilmente, demuestran que en una democracia se puede limitar la libertad de expresión. Y una vez que se empieza, lo normal es que se siga por el mismo camino.

Si analizamos la libertad y la democracia desde el punto de vista conceptual, resulta claro que no son equivalentes. La democracia se refiere a cómo se conducen los asuntos en el sector público. Por ejemplo, cómo se eligen los gobernantes, qué pueden y no pueden hacer, cómo se aplica la separación de poderes, y muchas otras semejantes. Por su parte, la libertad es el derecho a hacer lo que uno considere apropiado, sin someterse a la coerción de otros, sobre todo del Estado.

Debe ser bastante claro que la libertad es más importante que la democracia y que esta última sólo es importante si sirve a la libertad. Si me niegan la libertad, no es muy relevante si lo hacen en nombre de la tiranía o de la democracia.

En este sentido es muy pertinente la observación de Bruno Leoni : “El creciente poder de los gobernantes se basa normalmente en alguna legislación que les permite interferir en cualquier actividad privada. El mismísimo Maquiavelo no hubiera podido diseñar un mecanismo más ingenioso”.

Por su parte Alexis de Tocqueville anticipó, en pleno siglo XIX, lo que iba a ser el Estado en nuestros días : “Por encima de los ciudadanos se alza un poder inmenso y tutelar. Se esfuerza en hacerlos felices, pero en esta tarea quiere ser el único agente y juez exclusivo. Provee a su seguridad, resuelve sus necesidades, dirige su industria. Así cada día se hace más raro el uso del libre albedrío. Este despotismo me parece el mayor peligro que amenaza en los tiempos democráticos. Se trata de una servidumbre benigna y apacible”.

Esto nos lleva a nuestro segundo tema. Está muy extendida la ilusión de que la libertad no puede perderse bajo un régimen democrático. Esta creencia ayuda enormemente a quienes quieren reemplazar la libertad por la tiranía.

Edmund Burke observó que la gente no suele entregar sus libertades sino bajo algún tipo de autoengaño. El autoengaño en América Latina consiste en creer que el caudillo de turno va a resolver todos los problemas que los políticos no han querido o no han podido resolver.

La historia nos demuestra que no es tan difícil utilizar la democracia para destruir la libertad. En su libro “By Vote of the People”, Willis Ballinger estudia ocho grandes democracias del pasado : Atenas, Roma, Venecia, Florencia, Primera y Tercera República de Francia, la Alemania de Weimar e Italia. En cinco de los ocho casos la libertad desapareció por el voto de la gente.

El caso de Hitler es muy instructivo. La gente votó a Hitler porque estaba cansada de los políticos tradicionales y quería soluciones a los problemas. Durante varios años lo adoraron poco menos que como un dios, hasta que llegó el desastre. ¿Alguna semejanza con algún caudillo latinoamericano?

Hoy tenemos en Latinoamérica tres posibles casos, en diferentes etapas de desarrollo, de destrucción de la libertad por medio de la democracia.

El esquema es muy ingenioso. Primero hay que ganar unas elecciones con más del 60% de los votos. Inmediatamente convocar una Constituyente que reconozca los derechos individuales, pero los subordine al bien común, a la construcción de la nueva república, o a cualquier elemento “social”. Lo importante es que la fórmula sea ambigua. Aprovechando la Constituyente, hay que llenar la Corte Suprema, el Tribunal Constitucional, y el Organismo Electoral con partidarios acérrimos del caudillo. Esto asegura que de allí en adelante se ganarán todas las elecciones y todas las disputas jurídicas. El resto, como se dice, es carpintería.


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