January 30, 2008

 
La sociedad postcapitalista : Del Estado-nación al megaestado

La mutación del Estado-nación en el megaestado empezó en los últimos decenios del siglo XIX, con la invención del estado paternalista por Bismarck.

Bismarck hizo del gobierno una entidad social. Las medidas de beneficencia, como seguro de salud, seguro contra accidentes industriales, pensiones de vejez, eran modestas.

En términos generales, antes de la segunda Guerra Mundial, el Estado se abstuvo de hacer el trabajo social o de obligar a sus ciudadanos a observar una determinada conducta social.

Esto cambió rápidamente después de la segunda Guerra Mundial. El Estado se convirtió en administrador. En 1960 ya era doctrina aceptada en todos los países desarrollados de Occidente que el gobierno era el hacedor apropiado para todos los programas y todas las tareas sociales.

A fines del siglo XIX, el Estado se estaba convirtiendo en una entidad económica. Primero se reglamentaron los negocios, y posteriormente el Estado se fue adueñando de la energía eléctrica, gas, teléfonos, transportes.

Sin embargo, antes de 1929 eran pocas las personas que creyeron que el gobierno debía o podía manejar la economía. La gran depresión dio origen a la creencia de que el gobierno nacional si puede y debe controlar el clima económico. Keynes afirmó que:

· La economía nacional está aislada de la economía mundial, por lo menos en los países de tamaño mediano y grande.

· La economía nacional está totalmente determinada por la política gubernamental, es decir, por el gasto público.

En el aspecto fiscal, los Estados han llegado a creer que no existe límite económico a lo que el gobierno puede obtener por impuestos o endeudamiento y, por consiguiente, no hay límite a lo que puede gastar. La teoría era que, sirviéndose de las contribuciones y los gastos, el gobierno podría redistribuir el ingreso de la sociedad.

La única excepción a la tendencia general ha sido el Japón. Su gobierno no trató de hacerse amo de la economía ni de la sociedad. Tampoco nacionalizó industrias. En el Japón el gobierno sigue siendo antes que todo un guardián.

El megaestado no ha tenido éxito como Estado fiscal. En ninguna parte ha logrado producir una redistribución significativa del ingreso. La experiencia ha demostrado ampliamente la ley de Pareto según la cual la distribución del ingreso entre las grandes clases de la sociedad se determina por dos factores únicamente: 1) La cultura de la sociedad, y 2) El nivel de productividad de la economía.

La experiencia de los Estados Unidos indica que mientras la productividad fue en aumento hasta los años 70 la igualdad en la distribución del ingreso aumentó constantemente. Apenas disminuyeron o desaparecieron los aumentos de productividad, la desigualdad empezó a aumentar, sin que los impuestos influyeran para nada.

El país más igualitario es actualmente (el libro es de 1993) el Japón, el país de aumentos más rápidos de productividad y donde se han hecho menos esfuerzos por redistribuir el ingreso mediante los impuestos.

La pretensión económica del megaestado, de que la economía se puede manejar con éxito si el Estado controla una parte importante del producto nacional bruto, ha sido igualmente refutada. Los países que han utilizado esta teoría no han tenido ninguna disminución en el número, la gravedad, o la duración de las recesiones.

Por otro lado, Japón y Alemania, que no acogieron la teoría, han tenido recesiones menos frecuentes, menos severas, y de menor duración. En todos los países desarrollados los gobiernos han llegado a su límite de endeudamiento en épocas de bonanza, cuando, de acuerdo a la teoría, deberían acumular excedentes para las épocas de recesión. El resultado es que cuando llega la recesión ya no hay capacidad adicional de gasto.
Lo peor es que el Estado se ha convertido en despilfarrador. El gasto público se convierte en el medio por el cual los políticos compran votos.

En la esfera social el megaestado ha tenido un poco más de éxito que en la económica. A pesar de ello, no ha merecido la calificación de aprobado. Las políticas sociales de mayor éxito en los últimos diez o quince años han sido aquellas en que los gobiernos - principalmente los gobiernos locales - contratan por fuera, bien sea con una empresa de negocios, o con una entidad sin ánimo de lucro. En términos generales, pues, las acciones y políticas sociales que han dado buenos resultados son las que, en general, no se ajustan a la doctrina del megaestado.

( Peter Drucker, capítulo 6 del libro)

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