February 22, 2008

 
En salud, es el monopolio ¡insisto!

Por Carlos E. González R., de la Fundación Libertad de Panamá

( Artículo publicado recientemente en el diario La Prensa)

En días pasados publiqué un artículo de opinión en este diario, bajo el título provocativo, pero impersonal, de "En salud, es el monopolio ¡estúpido!". Este artículo generó una respuesta del Dr. Sáez–Llorens, con el título personal y directo de "En salud, es el conocimiento ¡morón!". El Dr. Sáez–Llorens, quien ya es tristemente famoso por insultar a los que no piensan como él, en su primer párrafo me tilda de morón, tonto, ignorante, simplista y anodino.

Me declaro una persona normal, sin pretensiones de superioridad y con muchísimos defectos y limitaciones. Es posible que mi capacidad intelectual sea sustancialmente inferior a la de todos los que han manejado el tema de salud en los últimos años. No tengo dudas, además, de que hay algunos que son verdaderos eruditos que nos iluminan en todos los temas habidos y por haber, desde la existencia de Dios, a lo que debería hacerse en educación, justicia, transporte, etc.

Ahora bien, lo que sí puedo afirmar que tengo es un sentido de la justicia, el cual comparto, creo yo, con la mayoría de los seres humanos. Y ese sentido de justicia me movió a escribir el artículo atacado. Verá, estimado lector, me tocó ver las condiciones infrahumanas y de completa desidia por las que atravesó un hermano de mi padre, cuando le tocó ir a morir a la sala de cuidados intensivos del Complejo Hospitalario Arnulfo Arias Madrid. Pensé que tiene que haber una forma mejor de gastarnos el 8.5% de nuestro producto interno bruto que nos gastamos en salud.

Investigué el asunto y cuando los "garantes" propusieron un sistema único de salud como panacea, me sentí realmente aterrado. Y es que, cuando observamos los modelos de salud, como el panameño, los que salen peor parados son los que mantienen un monopolio en la provisión del servicio y en el sistema de seguridad social.

Por esto, ya sugerí que cualquier modelo debía eliminar la exclusividad y darle el derecho al usuario a escoger quién le brindaba el servicio (ver "Lo bueno, lo malo y lo feo de la ANAS", La Prensa 7/2/07. Ojo, esto no significa establecer un sistema privado de salud (cosa que no es posible por Constitución), sino un modelo de provisión público–privado de los servicios médicos. Todos estos servicios continuarán pagados por el Estado o el Seguro Social (dependiendo de la condición del usuario), sobre la base de una tasación de los mismos. Tasación, además, que puede ser la que actualmente le cuesta al sector público brindar estos servicios.

Esta propuesta no es original. Existen dos modelos de provisión de servicios de salud que reflejan lo que establece nuestra Constitución: el Beveridge y el Bismarck. El primero es el que proponen los garantes y el segundo es el que propongo yo (únicamente en lo que a la provisión de servicios se refiere). Y es que, en todas las encuestas de usuarios en Europa, el Bismarck sale mejor calificado por los usuarios. Es más, sólo los sistemas Bismarck generan excelencia en la provisión de los servicios.

Para estar claros, en el modelo Beveridge tanto la provisión de los servicios como su financiamiento son manejados por una sola organización (un monopolio). Siguen este modelo países como el Reino Unido y España.

El modelo Bismarck, en cambio, está basado en seguros sociales en donde existe una multitud de organizaciones aseguradoras y de proveedores de servicios de salud, siendo los seguros sociales organizacionalmente independientes de los proveedores de servicios. Este modelo lo siguen países como Dinamarca y Bélgica.
Aquí quiero hacer un paréntesis para señalar dos puntos. El primero es que hay quien confunde el libre mercado con un sistema competitivo (esto último es solo una de las características del primero). Pero el sistema competitivo no tiene nada que ver con mercados y todo que ver con la naturaleza humana. Sólo a través de la competencia, por ejemplo, los atletas logran la excelencia en sus disciplinas. Y es igual en cualquier actividad humana y hasta en la naturaleza. No se trata de un asunto de mis convicciones libertarias, sino de un asunto de sentido común.

Una de las muchas personas que me escribieron al leer mi artículo me presentó un ejemplo contundente que me sirve para aclarar el segundo punto: el del conflicto de interés. Dice el lector que no es al suplidor del chichero a quien este debe preguntarle qué hacer para mejorar el servicio a su cliente (este va a tender a venderle más frutas, agua o azúcar, sin importarle tres pepinos el cliente), sino al cliente al que le debe preguntar. Porque el suplidor del chichero tiene un evidente conflicto de interés con el cliente de este. Igual sucede acá, tal vez el modelo Beveridge sea muy bueno para algunos médicos, pero ciertamente no lo es para los pacientes.

Esto último no lo digo yo, lo dice Health Consumer Powerhouse, organización de consumidores europeos que publica el Índice de Consumidores de la Sanidad Europea, estudio completísimo de la calidad del servicio ofrecido en estos países. España, ejemplo que dice seguir el Dr. Sáez–Llorens, lo pone como un sistema mediocre, que no cuenta con casi ningún indicador de servicio a los pacientes (por lo que no me explico cómo puede ser catalogado de bueno), excepto el del tiempo promedio de espera para una operación, el cual es de ¡72 días!

En cambio, los cinco países calificados como de excelencia, todos siguen el modelo Bismarck, con Dinamarca a la cabeza. Supongo que lo que sucede es que para un médico que trabaja en el sector público, es más cómodo continuar trabajando en un sistema mediocre, que enfrentarse a un sistema de excelencia que exige competitividad. Esto es consecuencia del conflicto de interés que resulta de ver el problema desde los ojos de los suplidores y no de los usuarios, que deberían ser el objeto de cualquier reforma.

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