August 31, 2008
La virtud del egoísmo : Los constructores de monumentos
Hace 50 años, podía haber cierta excusa para creer que el socialismo estaba movido por la benevolencia. Hoy día esa creencia ya no es un error inocente. Los objetivos del socialismo eran la abolición de la pobreza, el logro de la prosperidad general, el progreso, la paz y la hermandad humana.
En vez de prosperidad, el socialismo ha producido el colapso económico allí donde se ha practicado. A más socialismo, mayor desastre. En los países más socialistas, como la URSS, China, o Cuba, la consecuencia ha sido la hambruna.
En vez de paz, el socialismo ha practicado la violencia sistemática para apoderarse de la mayor cantidad de países. Un signo de la corrupción moral de nuestro tiempo es la complacencia con la que socialistas y simpatizantes aceptan las atrocidades cometidas.
En nombre de la “humanidad” aceptan la abolición de las libertades, el robo de la prosperidad, ejecuciones sin juicio, torturas, campos de trabajo esclavo y el exterminio de millones de personas.
El socialismo es un movimiento de intelectuales, originado , dirigido y controlado por ellos, y ejecutado por sus aliados, los criminales y los asesinos. ¿Qué les motiva? El deseo de poder, como manifestación de su complejo de inferioridad, y el deseo de tener lo que no se han ganado.
Hay dos formas de ejercer este último. Una es la practicada por el parásito material, que reclama dádivas del gobierno en nombre del interés público. La otra es la del parásito espiritual, que deriva su ilusión de grandeza del poder de disponer de lo que no se ha ganado, y de la visión de sí mismo como la voz del pueblo.
El parásito material es psicológicamente más sano. Por el contrario, la única fuente de satisfacción abierta al parásito espiritual es la que tiene menos sentido; es la construcción de monumentos. Los monumentos públicos están dedicados al servicio de todos y ninguno, y son propiedad de todos y de nadie.
La gran distinción de los Estados Unidos fue la modestia de sus monumentos públicos. No fueron erigidos para el prestigio de nadie. Eran estructuras funcionales.
El rascacielos de New York es un monumento de un esplendor que las pirámides no pueden igualar. Los rascacielos no fueron construidos con fondos públicos ni con objetivos públicos; fueron construidos por la energía e iniciativa de individuos privados. En vez de empobrecer a la gente, siguieron aumentando su estándar de vida. Esa es la diferencia entre el capitalismo y el socialismo.
No hay diferencia entre los principios, políticas y resultados del socialismo y los de cualquier tiranía histórica o prehistórica. El socialismo es un absolutismo sin cabeza fija, abierto a la conquista del poder por cualquier arribista, oportunista, aventurero, demagogo o criminal.
No existe ninguna dicotomía entre derechos humanos y derechos de propiedad. Ningún derecho humano puede mantenerse sin el derecho de propiedad.
Ya que los bienes materiales son necesarios para mantener la vida humana, si uno no es dueño de sus bienes tampoco lo es de su vida. Quienquiera que se atribuya el derecho a redistribuir la riqueza de otros, está reclamando el derecho a tratar a los seres humanos como ganado.
Si consideramos los desastres del socialismo, los mares de sangre y los millones de víctimas, debemos recordar que no fueron sacrificados por el “bien de la humanidad”, ni algún “noble ideal”, sino por la vanidad de algún criminal o alguna mediocridad pretenciosa.
( Ayn Rand, The virtue of selfishness, Pag. 100-107 )
Hace 50 años, podía haber cierta excusa para creer que el socialismo estaba movido por la benevolencia. Hoy día esa creencia ya no es un error inocente. Los objetivos del socialismo eran la abolición de la pobreza, el logro de la prosperidad general, el progreso, la paz y la hermandad humana.
En vez de prosperidad, el socialismo ha producido el colapso económico allí donde se ha practicado. A más socialismo, mayor desastre. En los países más socialistas, como la URSS, China, o Cuba, la consecuencia ha sido la hambruna.
En vez de paz, el socialismo ha practicado la violencia sistemática para apoderarse de la mayor cantidad de países. Un signo de la corrupción moral de nuestro tiempo es la complacencia con la que socialistas y simpatizantes aceptan las atrocidades cometidas.
En nombre de la “humanidad” aceptan la abolición de las libertades, el robo de la prosperidad, ejecuciones sin juicio, torturas, campos de trabajo esclavo y el exterminio de millones de personas.
El socialismo es un movimiento de intelectuales, originado , dirigido y controlado por ellos, y ejecutado por sus aliados, los criminales y los asesinos. ¿Qué les motiva? El deseo de poder, como manifestación de su complejo de inferioridad, y el deseo de tener lo que no se han ganado.
Hay dos formas de ejercer este último. Una es la practicada por el parásito material, que reclama dádivas del gobierno en nombre del interés público. La otra es la del parásito espiritual, que deriva su ilusión de grandeza del poder de disponer de lo que no se ha ganado, y de la visión de sí mismo como la voz del pueblo.
El parásito material es psicológicamente más sano. Por el contrario, la única fuente de satisfacción abierta al parásito espiritual es la que tiene menos sentido; es la construcción de monumentos. Los monumentos públicos están dedicados al servicio de todos y ninguno, y son propiedad de todos y de nadie.
La gran distinción de los Estados Unidos fue la modestia de sus monumentos públicos. No fueron erigidos para el prestigio de nadie. Eran estructuras funcionales.
El rascacielos de New York es un monumento de un esplendor que las pirámides no pueden igualar. Los rascacielos no fueron construidos con fondos públicos ni con objetivos públicos; fueron construidos por la energía e iniciativa de individuos privados. En vez de empobrecer a la gente, siguieron aumentando su estándar de vida. Esa es la diferencia entre el capitalismo y el socialismo.
No hay diferencia entre los principios, políticas y resultados del socialismo y los de cualquier tiranía histórica o prehistórica. El socialismo es un absolutismo sin cabeza fija, abierto a la conquista del poder por cualquier arribista, oportunista, aventurero, demagogo o criminal.
No existe ninguna dicotomía entre derechos humanos y derechos de propiedad. Ningún derecho humano puede mantenerse sin el derecho de propiedad.
Ya que los bienes materiales son necesarios para mantener la vida humana, si uno no es dueño de sus bienes tampoco lo es de su vida. Quienquiera que se atribuya el derecho a redistribuir la riqueza de otros, está reclamando el derecho a tratar a los seres humanos como ganado.
Si consideramos los desastres del socialismo, los mares de sangre y los millones de víctimas, debemos recordar que no fueron sacrificados por el “bien de la humanidad”, ni algún “noble ideal”, sino por la vanidad de algún criminal o alguna mediocridad pretenciosa.
( Ayn Rand, The virtue of selfishness, Pag. 100-107 )