September 05, 2008
Dinero
( Artículo publicado en el diario La Prensa )
El dinero es más que un mero instrumento de intercambio; también es algo así como los instrumentos del avión, que sirven para informar a la tripulación acerca del vuelo de la aeronave. Los precios, cuando bajan o suben, nos dicen o que algo deseable escasea en el mercado y sería bueno invertir en ello, o lo contrario. Por ello es muy peligroso jugar con dichos instrumentos, tal como lo viene haciendo el tío Sam al inflar sus dólares imprimiendo más de la cuenta.
La economía es un asunto netamente de las personas y no de los gobiernos, y de allí el inmenso error cometido por nuestros constitucionalistas al establecer en el Artículo 277 que el gobierno, basado en un “bien social”, puede intervenir en dicha economía. Esto es particularmente nefasto porque cuando decimos “gobierno”, en realidad estamos diciendo “políticos”, y delegarles semejante atribución a los busca-votos es demencia.
La economía se expresa a través del mercado, y no es otra cosa que el intercambio voluntario que se da a raíz de la división del trabajo, mediante la cual las personas generan ahorros a través de su productividad. Uno no puede comerciar o vender lo que antes no ha ahorrado. Dicho de otra manera, aquello que le sobra después de la satisfacción de sus necesidades personales. Esta es una de las razones de la pobreza de un pueblo que no sabe producir y ahorrar.
Se entiende por “división del trabajo” cuando cada quien se especializa en producir algo en particular; tal como criar gallinas, tocar música, enseñar, curar, fabricar algo, etc. Es a través de esta variadísima especialización que hemos logrado el desarrollo actual. La pobreza surge cuando hay personas que no tienen especialización alguna y por lo tanto no tienen nada que vender. Para poder vender algo, ese algo tiene que ser de tu propiedad; pero cuando en un país no se tutela bien la propiedad, con policía y justicia, el mercado no funciona debidamente.
El comercio, en esencia, es una actividad en que ambas partes salen favorecidas. Una que recibe un algo que necesita, y la otra que recibe el dinero con el cual también puede producir más y ahorrar. El problema con el trueque es que es demasiado improductivo y sólo funciona al nivel más primitivo. Si hemos de superar esos niveles primitivos, debemos recurrir al dinero, como medio de intercambio.
Esto del “intercambio voluntario” en el mercado, es vital, pues si la ley nos dicta cómo hemos de vender, dejamos de ser libres y de actuar a voluntad. Es el caso del salario mínimo, que nos dicta cuánto hemos de pagar por un servicio que compramos. Igual cuando se establecen controles de precios. Al vernos forzados a comerciar a criterios políticos, perdemos la responsabilidad, cediéndosela a nuestros empleados, los funcionarios. La auténtica función de esos empleados nuestros es la de proveer un ambiente seguro, tanto para nuestra integridad personal, como para nuestra propiedad física e intelectual. Si estas cosas no caminan bien, lo demás queda comprometido.
Lo chévere del dinero, cuando una banca central no juega con él, es que representa lo mismo para todos; pero para ello la cantidad de billetes, llámense dólares, euros, o lo que sea, que están en circulación, debe guardar una estrecha relación con la producción real de bienes y servicios. Nadie, ni los gobiernos, debe falsificar billetes. Se falsifican los billetes no sólo al imprimirlos clandestinamente, sino cuando un Gobierno imprime de más. Cuando esto ocurre, nos metemos en jaleos económicos, tales como los que estamos viendo en la actualidad. Gran parte de lo que vemos no es un “alza de precios, sino una baja del dólar”.
El cálculo es vital en el comercio o industria, al permitirnos saber si ganamos o perdemos. Esa capacidad de calcular se pierde cuando el valor de la moneda es muy variable, debido a una sobreoferta monetaria. Además que todo ese ahorro que guardamos en dólares se puede esfumar de la noche a la mañana en una situación de hiperinflación.
Los artículos o materias primas que han superado a todas las demás en su capacidad de representar un valor cierto y estable como moneda, han sido dos metales preciosos: el oro y la plata; aunque en otras épocas el cobre también se ha utilizado. La razón de su estabilidad o deseabilidad no sólo se basa en su utilidad y durabilidad, sino en su limitada disponibilidad.
Imagínense que mañana pasan enormes aviones sobre la ciudad, derramando billones de dólares, ¿qué creen que pasaría con el valor de esos dólares? Pero no faltaría el “ecónomo catedrático” que dijese algo como: “súper, ahora el consumo se va a disparar y con ello la economía”. Mala cosa haberle delegado a los políticos el control de las maquinitas de imprimir dólares.
Por John A. Bennett, de la Fundación Libertad de Panamá
( Artículo publicado en el diario La Prensa )
El dinero es más que un mero instrumento de intercambio; también es algo así como los instrumentos del avión, que sirven para informar a la tripulación acerca del vuelo de la aeronave. Los precios, cuando bajan o suben, nos dicen o que algo deseable escasea en el mercado y sería bueno invertir en ello, o lo contrario. Por ello es muy peligroso jugar con dichos instrumentos, tal como lo viene haciendo el tío Sam al inflar sus dólares imprimiendo más de la cuenta.
La economía es un asunto netamente de las personas y no de los gobiernos, y de allí el inmenso error cometido por nuestros constitucionalistas al establecer en el Artículo 277 que el gobierno, basado en un “bien social”, puede intervenir en dicha economía. Esto es particularmente nefasto porque cuando decimos “gobierno”, en realidad estamos diciendo “políticos”, y delegarles semejante atribución a los busca-votos es demencia.
La economía se expresa a través del mercado, y no es otra cosa que el intercambio voluntario que se da a raíz de la división del trabajo, mediante la cual las personas generan ahorros a través de su productividad. Uno no puede comerciar o vender lo que antes no ha ahorrado. Dicho de otra manera, aquello que le sobra después de la satisfacción de sus necesidades personales. Esta es una de las razones de la pobreza de un pueblo que no sabe producir y ahorrar.
Se entiende por “división del trabajo” cuando cada quien se especializa en producir algo en particular; tal como criar gallinas, tocar música, enseñar, curar, fabricar algo, etc. Es a través de esta variadísima especialización que hemos logrado el desarrollo actual. La pobreza surge cuando hay personas que no tienen especialización alguna y por lo tanto no tienen nada que vender. Para poder vender algo, ese algo tiene que ser de tu propiedad; pero cuando en un país no se tutela bien la propiedad, con policía y justicia, el mercado no funciona debidamente.
El comercio, en esencia, es una actividad en que ambas partes salen favorecidas. Una que recibe un algo que necesita, y la otra que recibe el dinero con el cual también puede producir más y ahorrar. El problema con el trueque es que es demasiado improductivo y sólo funciona al nivel más primitivo. Si hemos de superar esos niveles primitivos, debemos recurrir al dinero, como medio de intercambio.
Esto del “intercambio voluntario” en el mercado, es vital, pues si la ley nos dicta cómo hemos de vender, dejamos de ser libres y de actuar a voluntad. Es el caso del salario mínimo, que nos dicta cuánto hemos de pagar por un servicio que compramos. Igual cuando se establecen controles de precios. Al vernos forzados a comerciar a criterios políticos, perdemos la responsabilidad, cediéndosela a nuestros empleados, los funcionarios. La auténtica función de esos empleados nuestros es la de proveer un ambiente seguro, tanto para nuestra integridad personal, como para nuestra propiedad física e intelectual. Si estas cosas no caminan bien, lo demás queda comprometido.
Lo chévere del dinero, cuando una banca central no juega con él, es que representa lo mismo para todos; pero para ello la cantidad de billetes, llámense dólares, euros, o lo que sea, que están en circulación, debe guardar una estrecha relación con la producción real de bienes y servicios. Nadie, ni los gobiernos, debe falsificar billetes. Se falsifican los billetes no sólo al imprimirlos clandestinamente, sino cuando un Gobierno imprime de más. Cuando esto ocurre, nos metemos en jaleos económicos, tales como los que estamos viendo en la actualidad. Gran parte de lo que vemos no es un “alza de precios, sino una baja del dólar”.
El cálculo es vital en el comercio o industria, al permitirnos saber si ganamos o perdemos. Esa capacidad de calcular se pierde cuando el valor de la moneda es muy variable, debido a una sobreoferta monetaria. Además que todo ese ahorro que guardamos en dólares se puede esfumar de la noche a la mañana en una situación de hiperinflación.
Los artículos o materias primas que han superado a todas las demás en su capacidad de representar un valor cierto y estable como moneda, han sido dos metales preciosos: el oro y la plata; aunque en otras épocas el cobre también se ha utilizado. La razón de su estabilidad o deseabilidad no sólo se basa en su utilidad y durabilidad, sino en su limitada disponibilidad.
Imagínense que mañana pasan enormes aviones sobre la ciudad, derramando billones de dólares, ¿qué creen que pasaría con el valor de esos dólares? Pero no faltaría el “ecónomo catedrático” que dijese algo como: “súper, ahora el consumo se va a disparar y con ello la economía”. Mala cosa haberle delegado a los políticos el control de las maquinitas de imprimir dólares.