September 23, 2008
En energía, aprendamos de los Estados Unidos.
(artículo publicado en el diario La Prensa, 22.09.2008)
En Panamá estamos pagando altísimos precios por la electricidad, directamente a través de nuestros bolsillos e, indirectamente, a través de nuestros impuestos (usados para pagar el subsidio).
Hay una lección interesantísima que aprender de los errores ajenos, y en este caso me refiero a un grave error cometido desde hace muchos años por los norteamericanos, en materia de política energética.
En Estados Unidos de América existe desde hace dos décadas una moratoria en la exploración y explotación de nuevos yacimientos petrolíferos. Esto surgió en los tiempos en que el petróleo era aún barato, y el ambientalismo radical comenzaba ya a tener poder y popularidad.
Cuando se discutía esto, se llegó a advertir a los legisladores que la imposición de esta moratoria causaría que a largo plazo se encareciera el petróleo y sus derivados, además de hacer que Estados Unidos se volviese cada vez más dependiente del petróleo extranjero.
Por supuesto, la euforia ambientalista terminó primando y se legisló la prohibición. Incluso en 1996, cuando el Partido Republicano ganó mayoría en el Congreso, pasaron un proyecto de ley para levantar la prohibición y permitir la explotación del yacimiento de Alaska en ANWR (siglas en inglés que significan “Reserva de Vida Salvaje de Alaska”), pero el presidente Bill Clinton ejerció su veto y así impidió que se concretase la explotación petrolífera.
El ahora ex presidente Clinton debe estar muy orgulloso, pues en efecto no se ha podido extraer una sola gota de crudo de Alaska, gracias a su veto.
Ahora, en 2008, el presidente Bush ha hecho un llamado al Congreso para levantar la prohibición de perforaciones en territorio norteamericano, señalando que con ello se podría tener acceso a las vastas reservas de petróleo que hay bajo su territorio, con lo que se reduciría la dependencia energética frente al Medio Oriente, y se abaratarían enormemente los costos de gasolina y demás derivados del petróleo.
El candidato republicano John McCain recientemente se ha manifestado en el mismo sentido.
¿Por qué traigo esto a colación? Porque en Panamá tenemos una cosa similar al petróleo, llamada energía hidráulica. Con esa energía producimos electricidad, pero existe mucho potencial que aún no hemos explotado. En gran medida, ello se debe a la enorme burocracia que implica una concesión para hidroeléctrica en Panamá.
El resultado ha sido, previsiblemente, que la energía se nos ha ido haciendo cada vez más escasa, y en tanto que en la década de 1980 Panamá producía más del 90% de su electricidad mediante hidroeléctricas, hoy día esta forma de generación apenas constituye el 55% de la capacidad instalada. El resto es generado mediante plantas térmicas que queman derivados de petróleo para producir electricidad.
Ojo, me refiero a derivados de petróleo y no a combustibles fósiles en general, pues la generación de electricidad a partir de carbón (que es combustible fósil pero no derivado del petróleo) sí es barata, comparable a lo barata que es la energía hidráulica.
Ahora, tampoco es recomendable depender 100% de la energía hidráulica, pues entonces nos hacemos dependientes del clima. Es bueno tener un colchón de seguridad consistente en plantas térmicas, y para esto las plantas a base de carbón son las mejores, puesto que es una de las formas más baratas de generar electricidad.
En fin, la lección norteamericana en este asunto nos enseña que los efectos nocivos de una política, muchas veces tardan años y hasta décadas en mostrarse. De igual manera, aun cuando se corrija el error, los efectos positivos de la corrección también tardarán algunos años en mostrarse.
En Panamá, en efecto, se tardará unos años para que podamos contar con la energía de las hidroeléctricas que se construyan de aquí en adelante. Es precisamente por esto, que no hay que andar dictando a la ligera, políticas públicas que restrinjan el funcionamiento del mercado, en este caso, del mercado energético, pues los platos rotos los pagamos los consumidores y el país en general, por muchos años después incluso de reconocido y enmendado el error.
¿Aprenderemos la lección esta vez?
En Panamá estamos pagando altísimos precios por la electricidad, directamente a través de nuestros bolsillos e, indirectamente, a través de nuestros impuestos (usados para pagar el subsidio).
Hay una lección interesantísima que aprender de los errores ajenos, y en este caso me refiero a un grave error cometido desde hace muchos años por los norteamericanos, en materia de política energética.
En Estados Unidos de América existe desde hace dos décadas una moratoria en la exploración y explotación de nuevos yacimientos petrolíferos. Esto surgió en los tiempos en que el petróleo era aún barato, y el ambientalismo radical comenzaba ya a tener poder y popularidad.
Cuando se discutía esto, se llegó a advertir a los legisladores que la imposición de esta moratoria causaría que a largo plazo se encareciera el petróleo y sus derivados, además de hacer que Estados Unidos se volviese cada vez más dependiente del petróleo extranjero.
Por supuesto, la euforia ambientalista terminó primando y se legisló la prohibición. Incluso en 1996, cuando el Partido Republicano ganó mayoría en el Congreso, pasaron un proyecto de ley para levantar la prohibición y permitir la explotación del yacimiento de Alaska en ANWR (siglas en inglés que significan “Reserva de Vida Salvaje de Alaska”), pero el presidente Bill Clinton ejerció su veto y así impidió que se concretase la explotación petrolífera.
El ahora ex presidente Clinton debe estar muy orgulloso, pues en efecto no se ha podido extraer una sola gota de crudo de Alaska, gracias a su veto.
Ahora, en 2008, el presidente Bush ha hecho un llamado al Congreso para levantar la prohibición de perforaciones en territorio norteamericano, señalando que con ello se podría tener acceso a las vastas reservas de petróleo que hay bajo su territorio, con lo que se reduciría la dependencia energética frente al Medio Oriente, y se abaratarían enormemente los costos de gasolina y demás derivados del petróleo.
El candidato republicano John McCain recientemente se ha manifestado en el mismo sentido.
¿Por qué traigo esto a colación? Porque en Panamá tenemos una cosa similar al petróleo, llamada energía hidráulica. Con esa energía producimos electricidad, pero existe mucho potencial que aún no hemos explotado. En gran medida, ello se debe a la enorme burocracia que implica una concesión para hidroeléctrica en Panamá.
El resultado ha sido, previsiblemente, que la energía se nos ha ido haciendo cada vez más escasa, y en tanto que en la década de 1980 Panamá producía más del 90% de su electricidad mediante hidroeléctricas, hoy día esta forma de generación apenas constituye el 55% de la capacidad instalada. El resto es generado mediante plantas térmicas que queman derivados de petróleo para producir electricidad.
Ojo, me refiero a derivados de petróleo y no a combustibles fósiles en general, pues la generación de electricidad a partir de carbón (que es combustible fósil pero no derivado del petróleo) sí es barata, comparable a lo barata que es la energía hidráulica.
Ahora, tampoco es recomendable depender 100% de la energía hidráulica, pues entonces nos hacemos dependientes del clima. Es bueno tener un colchón de seguridad consistente en plantas térmicas, y para esto las plantas a base de carbón son las mejores, puesto que es una de las formas más baratas de generar electricidad.
En fin, la lección norteamericana en este asunto nos enseña que los efectos nocivos de una política, muchas veces tardan años y hasta décadas en mostrarse. De igual manera, aun cuando se corrija el error, los efectos positivos de la corrección también tardarán algunos años en mostrarse.
En Panamá, en efecto, se tardará unos años para que podamos contar con la energía de las hidroeléctricas que se construyan de aquí en adelante. Es precisamente por esto, que no hay que andar dictando a la ligera, políticas públicas que restrinjan el funcionamiento del mercado, en este caso, del mercado energético, pues los platos rotos los pagamos los consumidores y el país en general, por muchos años después incluso de reconocido y enmendado el error.
¿Aprenderemos la lección esta vez?