October 01, 2008

 

Crisis financiera y "futuribles" democráticos

La democracia como sistema político presenta un grave inconveniente para el ejercicio de la libertad. El acto de elegir una política no implica una elección libre sobre el tema del que trata la política, sólo representa la aprobación o rechazo a un acto coercitivo del Estado. Por ello, si las decisiones políticas no están limitadas por el reconocimiento de derechos individuales anteriores, la democracia directa no es preferible a la democracia indirecta; pues al colectivizar las decisiones sobre cómo actuar frente a una situación dada, se restringe la capacidad de elegir libremente sobre cómo actuar al presentarse dicha situación. También esto nos lleva a reflexionar que no es compatible con la libertad que el reconocimiento de los derechos se base en decisiones colectivas, por muy democráticas que estas sean.
Las democracias liberales trataron de resolver el problema de incentivos a la desprotección de derechos que suponía el monopolio sobre el poder presente en las monarquías absolutistas. La solución propuesta era introducir elementos de competencia entre los potenciales líderes políticos, para que así, quien asumiera la dirección del gobierno fuera el más capaz. El objetivo de esta racionalización bien intencionada no fue alcanzado. Los mecanismos de redistribución –de manos privadas a las arcas del “soberano”– se mantuvieron en su sitio, ahora legitimadas por la aceptación popular, por extendido o restringido que se encontrase el “pueblo”, sometiendo los nuevos liderazgos a la constante renegociación de los usos públicos de los bienes confiscados; es decir, su redistribución, ya sea en políticas para todos, ya sea en políticas para unos cuantos cuyos apoyos resultasen claves para la legitimación del poder.
Esto somete a las democracias al ejercicio sistémico de la redistribución. Y si entendemos que todo aquello que se redistribuye proviene de los bolsillos de quienes contribuyen, voluntariamente o no, a la financiación de lo “público”, la democracia subsiste a través de la confiscación sistémica de bienes, de forma directa o indirecta. Nuestra actual crisis financiera global es precisamente el resultado de una política de redistribución!
El crecimiento económico se ha convertido en una de las panaceas de la buena gobernanza, sin importar cómo se logren las cifras indicadoras de crecimiento; en consecuencia, los gobiernos no se preocupan por medir el crecimiento real, ni por la sostenibilidad a largo plazo del mismo. Una muestra de ello es la política de manipular a la baja las tasas referenciales para estimular el acceso al crédito y el consumo. La actual crisis financiera se debe esencialmente a esta política pública falseadora de la realidad. Observen que la política indica a las personas que deben tomar elecciones muy específicas, a unas que pueden prestar si límites, y a otras que se pueden endeudar sin límites. Pero al final del día alguien trabaja para producir todos los bienes materiales que se consumen, cuyo valor ha de pagarse, y allí encuentra su límite esta absurda política.
¿Qué depara la actual crisis financiera a las democracias liberales? Ya entramos en el escabroso y poco fiable terreno de las predicciones, pero si nos atenemos a lo que sabemos sobre el funcionamiento de la democracia, entendida como sistema político, se tratará de llegar a una solución asumida democráticamente; o sea, elegida colectivamente. De momento, se ha rechazado el plan de rescate al sector financiero de Paulson, sin embargo, seguirán los esfuerzos para que se apruebe alguna nueva versión del plan, que represente la solución que no soluciona nada, con el único argumento de ser una decisión colectiva. No podemos esperar que los políticos se queden de brazos cruzados, pues los clamores de rescate les llegan continuamente de apoyos claves a sus posiciones de tenedores del instrumento coercitivo estatal. La solución que nos proponen es, otra vez, una política de redistribución!
Eventualmente, el camino de las decisiones colectivas lleva a que los intereses de la sociedad se corporativicen, de forma que las decisiones sean asumidas de antemano por políticas públicas que representen la decisión colectiva de cómo deben actuar las personas. Por ello no se equivocan los intelectuales que encuentran en las democracias liberales las raíces filosóficas e históricas de los autoritarismos y totalitarismos modernos. La creencia ciega en que podemos resolver un problema tomando democráticamente la decisión sobre cómo debemos actuar todos, sólo puede conducirnos a renunciar a la propia voluntad. Dejar todo en manos de la racionalidad democrática del Estado nos lleva de vuelta al régimen político de la plantación esclavista. ¿Estaremos atestiguando el fin de las sociedades libres?

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