December 04, 2008

 

Educación y servidumbre


Uno de nuestros derechos más fundamentales es controlar nuestras mentes y pensamientos. Quien nos lo quiera quitar, como hacen los educadores, ataca el verdadero centro de nuestro ser. Nos dice que no somos confiables para pensar, que debemos depender de otros para dar sentido a nuestras vidas y que nuestros propios pensamientos no tienen valor.

La educación, con su parafernalia de escolarización obligatoria, sus notas y diplomas, me parece la más autoritaria y peligrosa de todas las invenciones sociales de la humanidad. Es el fundamento del Estado esclavizante.

Uno puede tratar de influir sobre otros. Pero ellos deben tener el derecho de aceptar o rechazar lo que yo digo. Esto no significa que no se pueda exigir a alguien que demuestre su capacidad para ciertas tareas. Si alguien quiere pilotar un avión comercial, debe demostrar que puede hacerlo. Lo mismo sucede si quiere tocar en una orquesta o actuar en una obra de teatro. Lo que no tiene sentido es obligar a alguien a aprender esto o aquello simplemente para vivir en el mundo.

Entiendo por “acción” no sólo lo que se hace con el cuerpo, sino también las actividades intelectuales y espirituales. Por ejemplo, hablar, escuchar, escribir, leer, pensar e incluso soñar.

El mejor lugar para los “hacedores” sería una sociedad que todavía no existe. Ellos aprenderían sobre el mundo viviendo en él, trabajando y cambiándolo, y conociendo a una variedad de personas que hicieran lo mismo.

En este libro hablo a una minoría de personas, incluyendo padres, profesores y estudiantes que creen que los niños, como todo el mundo, vivirán mejor y aprenderán más si tienen la oportunidad de explorar el mundo a su propio ritmo, y pensar, hablar, escribir y leer sobre aquellas cosa que les interesen más.

Por ahora, mi mensaje para esta minoría es: Probablemente tendremos educación universal y obligatoria por un tiempo. No traten de reformar escuelas que no pueden ser reformadas. Ayuden a escapar del sistema a quienes puedan hacerlo y a que el resto sufra el menor daño posible.

Mientras tanto, debemos atacar la legitimidad del sistema obligatorio. Si alguien lo quiere, es su problema. Pero incluso ese alguien no puede mantener su dignidad si entrega a otros el derecho a decidir lo que sus hijos deben aprender o saber.

( John Holt, Instead of Education, Pag. 3-9 )

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