December 11, 2008
El mito del "aprendizaje"
La palabra “aprendizaje” implica que es algo separado del resto de la vida, y que la mejor forma de lograrlo es en un lugar donde no se hace otra cosa. Casi todo el mundo cree que:
1. Si quiero aprender algo, tengo que ir a un lugar llamado escuela donde hay alguien llamado profesor para que me enseñe.
2. El proceso será aburrido y doloroso.
3. Probablemente no aprenderé.
Hasta muy recientemente, la gente entendía que si bien algunas cosas se aprenden mejor en la escuela, otras se aprenden mejor fuera, y muchas no pueden aprenderse en la escuela. Por ejemplo, yo he aprendido mucho sobre música acudiendo a conciertos. Pero no voy a aprender música, sino a disfrutarla.
La mejor escuela que he tenido fue el submarino USS Barbero, en la segunda guerra mundial. El objetivo no era aprender sino luchar en la guerra. Pero aprendimos del trabajo que realizamos y de las experiencias compartidas.
No hay dos tipos de experiencias, uno del que podemos aprender y otro del que no. Podemos aprender de todas. Pero no aprendemos de las experiencias que no nos interesan, sino de aquellas que son importantes para nosotros.
Algunos dicen que la mayoría de la gente sólo lleva a cabo tareas aburridas en su vida diaria y que no aprenden nada. La gente que realiza trabajos aburridos aprende a odiar el trabajo y a sí mismos por tener que hacerlo.
Es la calidad de nuestras experiencias la que determina qué es lo que aprendemos. Por esto, la gente sólo aprende cuando se dedica confiada y gustosamente al aprendizaje.
Un error común es que aprender y hacer son dos actos diferentes. Esto es absurdo. Aprendemos algo haciéndolo. No hay otra forma. Inicialmente, no lo haremos muy bien, pero mejoraremos con la práctica.
Los educadores hablan frecuentemente sobre habilidades de lectura, escritura, o comunicación. Pero un niño pequeño no aprende a hablar aprendiendo las habilidades del lenguaje y utilizándolas para hablar. Aprende a hablar hablando. Hablar no es una habilidad, o una colección de habilidades, es un acto. Hablamos porque tenemos algo que decir. Lo mismo se aplica al andar o al leer.
En una ocasión, escribí a varias personas dedicadas a la enseñanza de la lectura para ver si conocían alguna investigación sobre cuántos niños aprenden a leer por sí mismos y cómo lo hacen. Inicialmente me extrañó no recibir respuestas. Luego comprendí que el asunto era peligroso para los docentes. Si los niños aprendieran a leer por su cuenta, ¿qué sería de ellos?
( John Holt, Instead of education, Pag. 10-17 )