January 27, 2009

 

Hayek: La dirección 'consciente' y el crecimiento de la Razón

[Resumen y traducción del Capítulo 9 del libro The Counter Revolution of Science: Studies on the Abuse of Reason]

La demanda universal por control o dirección 'consciente' de los procesos sociales es una de las más características peculiaridades de nuestra generación. Expresa quizás mejor que cualquiera de sus otros clichés el peculiar espíritu de la época. Que cualquier cosa resulte sin ser dirigida conscientemente como un todo, es tenido en sí como una mancha, una prueba de su irracionalidad y de la necesidad de reemplazarlo completamente por un mecanismo deliberadamente diseñado. Sin embargo, pocos de los que usan el término consciente tan liberalmente parecen estar al tanto de aquello que precisamente significa; la mayoría de la gente parece olvidar que consciente y deliberado son términos que tienen significado sólo cuando se refieren a individuos, y que la exigencia de control consciente es por tanto equivalente a la exigencia de control por una mente singular.

Esta creencia en que los procesos que son dirigidos conscientemente son necesariamente superiores a cualquier proceso espontáneo es una superstición infundada. Sería más realista decir, como ha argumentado A.N. Whitehead en otro contexto, que por el contrario 'la civilización avanza en la medida que se extiende el número de operaciones importantes que podemos ejecutar sin pensar en ellas.' [...] Sin duda, cualesquiera procesos que merezcan el adjetivo 'social' en distinción a las acciones de individuos son casi por definición no conscientes. En la medida que tales procesos son capaces de producir un order útil que no podría haber sido producido mediante la dirección consciente, cualquier intento por someterlos a tal dirección necesariamente significaría que estamos restringiendo lo que la actividad social puede lograr, a la inferior capacidad de la mente individual.

[En referencia al hiperracionalismo positivista] La creencia de que al estudiar la razón humana desde afuera y como un todo podemos comprehender las leyes de su movimiento de manera más completa y comprehensiva que mediante su paciente exploración desde dentro, siguiendo los procesos en que las mentes individuales interactúan [....] involucra una contradicción: si supiéramos cómo nuestro conocimiento presente está condicionado o determinado, entonces ya no sería nuestro conocimiento presente. Afirmar que podemos explicar nuestro propio conocimiento es afirmar que sabemos más de lo que sabemos, un postulado que es un sinsentido en el estricto significado del término. [...] La única conclusión que válidamente podemos sacar de esto es que, sobre la base de nuestro conocimiento presente no estamos en posición de dirigir exitosamente su crecimiento. Derivar cualquier otra conclusión que ésta, inferir a partir de la tesis de que las creencias humanas están determinadas por circunstancias, la afirmación de que alguien debería tener el poder para determinar esas creencias, involucra la premisa de que aquellos quienes han de asumir ese poder poseen alguna clase de supermente. Aquellos que mantienen esta postura de hecho tienen regularmente alguna teoría especial por la que se eximen ellos mismos y sus propias posturas, de la misma clase de explicación y que los acredita, como una clase especial favorecida, con la posesión de conocimiento absoluto.

Es debido a que el crecimiento de la mente humana presenta en su forma más general el problema común de todas las ciencias sociales, que es aquí donde las opiniones se dividen de manera más aguda, y que dos actitudes fundamentalmente diferentes e irreconciliables se manifiestan: por una parte, la esencial humildad del individualismo, que trata de entender tan bien como le sea posible los principios mediante los cuales los hombres individuales se han combinado para producir nuestra civilización, y que trata de inferir a partir de este entendimiento cuáles son las condiciones más favorables para que continúe creciendo; y por la otra parte, la arrogancia del colectivismo, que busca la dirección consciente de todas las formas de la sociedad.

Es esencial para el crecimiento de la razón que como individuos nos inclinemos ante fuerzas y obedezcamos principios que no podemos esperar entender por completo, y de los cuales sin embargo la preservación de la civilización depende. Históricamente, esto ha sido logrado por la influencia de varios credos religiosos y por tradiciones y supersticiones que hacen que los hombres se sometan a dichas fuerzas por medio de la apelación a sus emociones más que a su razón. La etapa más peligrosa en el crecimiento de una civilización muy bien pudiera ser aquella en que el Hombre ha llegado a tomar tales creencias como meras supersticiones y se rehúsa a aceptar o someterse a cualquier cosa que no entienda racionalmente. El racionalista cuya razón es insuficiente para enseñarle aquellas limitaciones de los poderes de la razón consciente, y que desprecia todas las instituciones y costumbres que no han sido diseñadas conscientemente, se convertiría así en el destructor de la civilización construida sobre ellas. Esta puede ser una prueba que se le presenta al Hombre repetidamente y que éste puede fallar tan sólo para ser regresado al barbarismo.

Sería demasiado referirme aquí más que brevemente a otro campo en que esta misma característica tendencia de nuestra época se manifiesta: aquel de la moral. Es aquí que se levantan las mismas objeciones contra la observancia de cualesquiera reglas generales y formales cuya razón de ser no haya sido explícitamente demostrada. Pero la exigencia de que toda acción debería ser juzgada luego de total consideración de todas sus consecuencias y no mediante reglas generales, obedece al error consistente en no entender que la sumisión a reglas generales, expresadas en términos de circunstancias inmediatamente determinadas o determinables, es la única manera en que para el Hombre con su conocimiento limitado, la libertad puede ser combinada con el esencial mínimo grado de orden. La aceptación común de reglas formales es indudablemente la única alternativa a la dirección por una voluntad singular, que el Hombre ha descubierto. La aceptación general a dicho cuerpo de reglas no es menos importante porque éstas no hayan sido racionalmente construidas. Es por lo menos dudosa la cuestión de si acaso sería posible construir un nuevo código moral que tuviese alguna posibilidad de aceptación general. Pero mientras no hayamos tenido éxito en lograrlo, cualquier negativa general a aceptar las reglas morales existentes simplemente porque su utilidad no ha sido racionalmente demostrada (a diferencia del caso en que el crítico considera que ha descubierto una mejor norma moral para una circunstancia particular y está dispuesto a arriesgar la desaprobación pública en ponerla a prueba), equivale a destruir una de las raíces de nuestra civilización."

- Hayek, Friedrich A. The Counter-Revolution of Science: Studies on the Abuse of Reason. 1959 (Reprinted 1979 by the Liberty Fund), pp. 153-164.

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