January 08, 2009

 

Mercado y cultura: El arte en una economía de mercado(2)


Los mercados han sido eficientes en preservar las contribuciones culturales del pasado. Los consumidores de hoy tienen mejor acceso a las creaciones de Mozart que la gente de su tiempo. Lo mismo podemos decir de Shakespeare.

Quienes van a los conciertos pueden escuchar una diversidad de periodos, instrumentos y estilos que envidiarían las personas de épocas pasadas. Entre 1965 y 1990 Estados Unidos pasó de 58 orquestas sinfónicas a 300, de 27 compañías de opera a 150 y de 22 teatros regionales a 500.

Muchos comentaristas ven la edad moderna como la de la cultura de masas, en la que la mayoría consume los mismos productos. Esto es sólo parcialmente cierto respecto a la televisión y a los deportes. En el caso de la televisión, la expansión de la TV por cable y satélite ha cambiado el panorama.

La música y las artes se han ido alejando del patrocinio de los gobiernos desde el Renacimiento. Hoy día la mayor parte del trabajo en películas, música, literatura, pintura y escultura se vende como mercancía. El arte contemporáneo es un arte capitalista. El Estado promueve mejor las artes cuando actúa como un cliente más. El funding directo del gobierno funciona mejor como una copia del funding privado, como cuando Felipe IV contrató a Velázquez como pintor de la corte. Pero incluso en estos casos, hay que tener en cuenta que por cada Velázquez los gobiernos han apoyado a montones de mediocridades.

El arte y la política democrática operan sobre principios en conflicto. En el arte las nuevas obras maestras generalmente traen revoluciones estéticas, que suelen ofender a la opinión mayoritaria o al menos ser incomprendidas. En el campo de la política buscamos estabilidad, compromiso y consenso. Esto, que es valioso en política, eliminaría la innovación en el arte.

El apoyo del gobierno al arte en Estados Unidos se ha limitado principalmente a la deducibilidad de impuestos de las contribuciones a las instituciones artísticas sin fines de lucro. Los gobiernos europeos subsidian directamente las actividades artísticas, lo que ha llevado en parte a la burocratización de la cultura. El pintor norteamericano John Sloan dijo una vez:”Sería bueno tener un Ministerio del Arte; así sabríamos dónde está el enemigo”.

A veces se distingue entre alta cultura, que es la que logra el favor de los críticos, y baja cultura, la más popular. Los géneros que requieren mucho equipo y materiales tenderían a producir arte popular, como el cine. Los que tienen costos bajos de capital tenderían a producir arte de alta calidad, como la pintura y la poesía.

Sin embargo, la alta cultura nunca ha sido un concepto estático. En su tiempo, Shakespeare tuvo una gran popularidad entre las masas, pero muchos críticos lo ignoraron porque no consideraban que sus obras tuvieran suficiente calidad. El crecimiento posterior del mercado de los libros permitió a lectores y críticos estudiar y debatir con calma. Ya para el siglo XVIII había críticos que lo consideraban como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos.
( Tyler Cowen, In praise of commercial culture, Pag. 30-43 )

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