May 14, 2009

 

El desafío del presidente

Ha llegado el momento de la verdad, en el que el nuevo presidente reflexiona a solas y vislumbra el país que todos merecemos; y cuando digo todos, me refiero a todas y cada una de las personas que habitan este país, cada una con su individualidad y su responsabilidad, cada una con su libertad y su conciencia, cada una con su libre albedrío para saber escoger qué quiere y qué la hace feliz.

El nuevo presidente deberá saber y entender muy bien para qué es un gobierno, cuál es el origen del Estado y cuáles son sus funciones. Sólo comprendiendo estos sencillos conceptos podrá definir y sentar las bases para que un país mejor sea posible. Contrario a ello, pasaremos a integrar la larga lista de países que tuvieron la oportunidad y dejaron pasar el tren de la historia.

Dentro de la larga lista de promesas, la repetición constante ha sido: “yo te ayudo”, “vamos a dar becas”, “vamos a bajar la canasta básica”, “vamos a proponer un nuevo sistema educativo”, “vamos a mejorar la salud pública”, y largas listas más ridículas aún, casi asimilando la función de un gobierno a la de una fonda de patio.

Pues bien, la gente no necesita becas, la gente lo que necesita es que le devuelvan la dignidad y poder tener ellos el dinero para enviar a sus hijos al colegio. La gente no necesita que la ayuden, sólo necesita que no le entorpezcan la vida con leyes y trámites innecesarios.

La gente no necesita que le digan lo básico que tiene que comer y a cuánto, sólo necesita que le dejen trabajar y con su salario poder elegir qué comer y cómo quiere hacerlo. La gente no necesita que le den escuelas alejadas de su hogar, de mala calidad y con planes de estudio dictados por el inepto funcionario de turno; sólo necesita que le dejen elegir dónde desea enviar a sus hijos al colegio y qué planes de estudio quiere para su formación. La gente no necesita que le asignen su dinero del trabajo a un sistema obligatorio de salud; sólo necesita que le dejen elegir con su dinero dónde y cómo prefiere atenderse.

El país no se diseña como una obra de ingeniería social; es un irrespeto a la individualidad de las personas y su libre albedrío. El país sólo necesita planificación en obras públicas; el país sólo necesita pocas instituciones con reglas muy claras, precisas y de cumplimiento absoluto. La riqueza y el bienestar no se crean por leyes y decretos; si así fuera, hace rato deberíamos haber demandado a la Asamblea por no dictar la ley para hacernos felices.

Se necesitan mecanismos modernos de resolución de conflictos, se necesitan mejores instituciones que garanticen la seguridad y la justicia, igual para todos, independientemente de si son ricos, pobres, extranjeros, funcionarios o comerciantes. Ante la ley, todos somos iguales. Fuera de este ámbito, lamento decirlo, no somos iguales y pretender igualarnos a todos mediante la ley, significará quebrar la institucionalidad de algunos en pos de otros y nadie es más ni mejor que otro para hacer esto. Lo que necesita el país es un gobierno que permita que las oportunidades sean más y mejores para todos, pero no las mismas.

El país no necesita que alguien planifique qué tipo de personas y con qué nivel de estudios debe vivir; el país no necesita profesionales con un montón de títulos que en la mayoría de los casos no sirven para nada; necesita personas formadas e informadas que puedan aprovechar las oportunidades y dar luz a su creatividad e iniciativa. Los que triunfan no son necesariamente los que más cartones acumulados tienen, sino aquellos que detectaron la necesidad y la aprovecharon, generando así empresas, trabajos y bienestar; la suma de todo el valor agregado de estas personas es lo que hace grande a un país.

La esperanza de los pobres no debe ser la afiliación a un partido político para conseguir trabajo por cinco años. La esperanza de los pobres debe ser poder darles a sus hijos una vida mejor que la que ellos tuvieron, y eso sólo se logra con esfuerzo y capacidad.

El mejor incentivo que puede dar un gobierno a sus ciudadanos es prometerles que no les va a dar nada, excepto seguridad, justicia y las herramientas para que en una primera instancia, ellos puedan elegir qué educación y salud necesitan y desean. Transcurrida esa primera instancia, que incluso puede ser una generación, esos hijos, formados en la cultura del esfuerzo y dedicación serán los ciudadanos del mañana, que elegirán a sus gobernantes para que hagan el trabajo que les corresponde, que fue el origen del Estado para que no nos matáramos entre nosotros, haciendo justicia por mano propia. Sólo por ello el hombre está dispuesto a sacrificar parte de su libertad, para asegurarse de que un tercero imparcial mediará entre las partes en conflicto.

Para todo lo demás, el hombre se vale solo. El príncipe (gobernante) nunca debe olvidarse de que la condición natural del hombre es la pobreza, no la riqueza. Y que para que ésta se genere y multiplique, debe dejar a cada uno en libertad de generarla. No se necesita de su permiso ni ayuda. Pensar que porque alguien obtuvo una mayoría de votos, a partir de ese momento mágico, es un sabio que sabe exactamente todo lo que piensa, necesita y produce una comunidad, es atribuirle a un simple funcionario todo el conocimiento e inteligencia disperso en una sociedad, o lo que es lo mismo, las facultades de un Dios. Sólo es un simple ciudadano al que le hemos dado por un tiempo la administración de las funciones del gobierno y al cual sostenemos con nuestros impuestos.

( Artículo de Irene Giménez, de la Fundación Libertad de Panamá, publicado en el diario La Prensa )

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