July 09, 2009

 

La sociedad como chivo expiatorio


Carlos Rodríguez Braun, economista argentino residente en España, suele decir que, en Latinoamérica, el mejor amigo del hombre no es el perro sino el chivo expiatorio. Alude a un tipo de conducta que pudiéramos resumir así : sea lo que sea, y se trate de lo que se trate, la culpa la tiene otro. Y no es que esta forma de comportamiento no se dé en otras partes. Simplemente, que la negación o el desplazamiento de la propia responsabilidad se ha convertido en un arte por estas tierras.

En los últimos años se estila cada vez más en Panamá, sobre todo en los programas de televisión, achacar a la sociedad la responsabilidad por las malas acciones de los individuos. He observado este fenómeno sobre todo cuando se discute sobre la delincuencia, sobre algaradas de estudiantes, y sobre la llamada violencia doméstica. Parece ser que la sociedad es culpable por no dar oportunidades, marginar, despreciar, reprimir, dar malos ejemplos, y muchas cosas más. El clímax llega cuando alguien pronuncia la frase suprema : “Hemos fracasado como sociedad”, expresión rimbombante pero perfectamente inútil para tomar cualquier acción.

Recientemente vi un programa que trataba sobre la delincuencia y la inseguridad en el país. Los invitados fueron presentando las diferentes razones que explicaban el fenómeno. Entonces uno de ellos argumentó que vivimos en una sociedad que mide el éxito personal por el dinero, independientemente de cómo se obtenga. En consecuencia, los delincuentes lo único que hacen es tratar de conseguir dinero rápidamente mediante sus actividades delictivas. Por cierto, ninguno de los otros panelistas se mostró en contra de esta tesis.

Si hubiera tenido la oportunidad, les hubiera preguntado a los cinco panelistas si ellos medían el éxito personal por el dinero. Estoy seguro de que me hubieran contestado negativamente. Y estoy seguro también de que la mayoría de la población me diría lo mismo. Y es que la sociedad es a la vez todos y ninguno.

Hace unos cuatro o cinco años tuve la oportunidad de ver un programa de una televisión española, que trataba sobre la anorexia en las adolescentes, que entonces era un problema de cierta importancia en España. El dictamen unánime de los panelistas fue que la culpable era la sociedad porque imponía unos cánones de belleza imposibles de lograr. Lo curioso fue que ninguno de ellos admitió ninguna responsabilidad como parte de la sociedad. A efectos prácticos, todo indicaba que no formaban parte de ella.

La utilización de chivos expiatorios erosiona la responsabilidad individual, junto con la libertad, y promueve el victimismo. La responsabilidad y la libertad son como dos caras de la misma moneda. Si no soy responsable de mis actos, no soy libre. Si no soy libre, nadie me puede exigir responsabilidades. El victimismo consiste en que personas que no son víctimas se consideran a sí mismas como tales. El victimismo provee a la persona una serie de ventajas. No es responsable de lo que le sucede. Siempre tiene moralmente la razón. Nunca tiene que responder por nada. Siempre tiene derecho a la compasión ajena. Y siempre se justifica su indignación moral por cualquier cosa mala que le suceda.

Los grandes líderes siempre apelan a la responsabilidad individual, mientras que los demagogos de medio pelo se especializan en la utilización de chivos expiatorios. Comparen, por ejemplo, a Martin Luther King con Jesse Jackson o Al Sharpton y quedará clara la diferencia.

Hace más de doscientos años Rousseau defendió la tesis de que el hombre nace bueno pero la sociedad lo corrompe. Si hubiera puesto algo de atención a sus propios hijos, en vez de mandarlos al orfanato, hubiera observado que los niños pequeños tienen, entre otras cosas, una gran capacidad de manipulación. Por otro lado, su tesis no puede dar respuesta a la objeción fundamental de cómo pudo malearse el primer humano que cayó en esta condición.

Las doctrinas de Rousseau motivaron una serie de viajes de los intelectuales de su tiempo para observar lejanas comunidades primitivas. Ellos vieron lo que querían ver, es decir, seres humanos no corrompidos por la sociedad moderna. Y así nació el mito del buen salvaje. Mucho tiempo después, la antropóloga Margareth Mead hizo algo similar en Samoa. Afortunadamente, otros antropólogos pusieron de manifiesto sus falsificaciones.

La sustitución de la responsabilidad individual por la de la sociedad crea problemas insolubles. Si yo no soy responsable de mi comportamiento, tampoco puedo cambiarlo, lo que me deja indefenso. Por otro lado, dado que la sociedad es un conjunto de individuos, cada uno de sus miembros sería a la vez culpable de los errores ajenos e inocente de los suyos propios.

( Artículo del autor, publicado en el diario La Prensa )

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