July 16, 2009

 

Mensaje a los accionistas del Estado panameño

Hace dos semanas se encargó de la gerencia del país un nuevo presidente. La ocasión es propicia para recordarnos a nosotros, los accionistas, que el éxito o fracaso de la nueva gestión dependerá más de nuestro interés activo en la gestión del gobierno, que de lo que haga o no la nueva administración. De la misma manera, si los mandatos anteriores no fueron lo que esperábamos, ha sido por nuestra abdicación colectiva para exigir un gobierno efectivo.

En épocas como esta, cuando cambian los gobiernos, la ciudadanía vive espasmos que van de depresión a alegría, dependiendo de si el último nombramiento les agradó o no, o si la última declaración del nuevo presidente les parece atinada o no, y así sobre decenas de eventos. Esta bipolaridad incesante que raya en lo cómico es, en el fondo, una admisión de nuestra incapacidad para sentirnos actores de nuestro propio futuro. Porque nunca se nos pasa por la cabeza que eso que no nos gusta lo podemos cambiar y de allí ese sentido de frustración y fatalidad cuando el gobierno no es lo que pensábamos. Con un nuevo presidente, esperamos un nuevo Chespirito, alguien que al fin podrá defendernos, mandarnos e incluso mantenernos, y si no, es que como los anteriores… no sirve.

Lo lamento mucho, pero nuestra función como accionistas de este país no se agota en elegir el gerente cada cinco años. La realidad es que en los últimos años, por desinterés o por simple pereza tropical, los accionistas hemos declinado buena parte de nuestro deber ciudadano con un gran daño a la democracia.

Una grave consecuencia de esta abdicación de responsabilidad es que hemos dejado que nuestro poder como accionistas lo llene el propio gobierno o grupos de interés, quienes no necesariamente actúan en el mejor interés de las libertades ciudadanas, la justicia o el buen gobierno. La situación es patéticamente similar a lo sucedido en las grandes corporaciones. Los accionistas de Enron, por ejemplo, que dejaron en manos de la gerencia todo el quehacer de la empresa, ya sea porque se sintieron muy pequeños o porque pensaron que no les valía la pena, pagaron su desinterés con su patrimonio.

Este estado de negación, cuando es prolongado, nos lleva a generar una desconexión entre el gobierno y la sociedad, fatal para la gobernabilidad. La gente no piensa en el gobierno como parte de la sociedad e incluso cree que lo que hacen los funcionarios es ajeno a su realidad y no parece importarles. ¿Cuántas veces tuvo que contradecirse el candidato a alcalde del partido oficial respecto de una seria denuncia de lavado de dinero para que finalmente los ciudadanos acusáramos recibo de las consecuencias para la gobernabilidad y la credibilidad de elegir alguien así señalado?

Por supuesto que esta desconexión la exacerban los actos del gobierno que buscan alejarse del escrutinio ciudadano, ya sea creando barreras electorales difíciles de franquear o legislándose blindajes jurídicos a la medida. Pero también la exacerbamos los ciudadanos cuando no reconocemos que la inefectividad del gobierno, por limitada que sea, siempre nos afecta a todos. Si ante el envenenamiento masivo de los pacientes del Seguro Social, donde le faltó capacidad y carácter al presidente, los accionistas de este país y no sólo los familiares de las víctimas hubiéramos exigido acciones, las cosas no hubiesen quedado en el olvido.

Esta continua negación de ejercer nuestra autoridad de dueños, con el tiempo nos somete a una subordinación ante quien no hacemos valer esos derechos; el poder no conoce vacíos; alguien los llena –¡miren nada más cómo nos hablan y nos atienden los empleados públicos! La continua erosión de nuestros espacios ciudadanos puede poco a poco, como lo describió Hayek en El Camino a la Servidumbre, movernos en forma creciente a formas colectivas de sumisión de las que no hay más que un paso a los populismos totalitarios del sur. Hugo Chávez no inventó nada, es simplemente el último eslabón de un proceso autoritario desdoblado por políticos constructivistas, que colectivizaron Venezuela para su peculio, mientras que los accionistas, en una actitud increíble de inocencia política, miraban para otro lado.

Para resumir, cuando el dueño no va a su finca, el peón se siente dueño, después es dueño y por último persigue al dueño. Tenemos que velar por nuestro país como dueños y recuperar los espacios perdidos. El nuevo presidente ha hablado de desburocratizar y devolver atribuciones a la gente; eso no es suficiente. Como en el gobierno corporativo queremos pocas normas de riguroso cumplimiento, transparencia y conducta ética. No queremos más gastos sino mejores retornos.

El futuro será brillante si los dueños ejercemos un sano escrutinio sobre los fiduciarios temporales. La patria es más que una empresa, y perderla o destruirla es más que un menoscabo material, se pierden las raíces y los sueños. Por eso, debemos rechazar con energía el paradigma que circula de que si este gobierno no resulta caeremos en la izquierda y el populismo. Quien así opina no tiene amor propio ni inteligencia. Es repugnante que podamos pensar en abrazar un gobierno autoritario y populista –sin futuro para nadie nunca más– solo por evadir en su momento nuestra autoridad ciudadana, ya por cobardes o por vagos.

( Artículo de Roberto Brenes, de la Fundación Libertad de Panamá, publicado en el diario La Prensa )

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