January 07, 2010

 

Democracia y segunda vuelta electoral


La segunda vuelta o ballotage es un sistema electoral francés que ha regido allí desde 1848; fue introducida a Latinoamérica a partir de 1978, en la mayoría de sus sistemas presidenciales, con la finalidad de tratar de fortalecer constitucionalmente al presidente. Sin embargo, al trasladar la fórmula al continente americano no se reparó en la naturaleza distinta de los sistemas de gobierno ni en los diferentes efectos sobre la democracia que en cada uno de éstos podía tener.

En un sistema presidencial, en el que no existe la figura de primer ministro y donde el presidente no comparte la función de gobierno con ningún otro líder político, mucho menos de la oposición, si para algo sirve la segunda vuelta es para producir gobiernos divididos, ya que en la primera se configuran las mayorías legislativas y en la segunda tan solo se dota de una mayoría y legitimidad artificial al nuevo gobernante.

El principal problema del ballotage en los sistemas presidenciales consiste en que el apoyo electoral que recibe el candidato más votado en la segunda ronda electoral no es genuino, sino que más bien se configura artificialmente a partir de las reglas del sistema electoral. Dicho de otra manera: la primera vuelta es para que el electorado defina quién quiere que lo gobierne, mientras que en la segunda ronda lo que se define es quién no quiere que lo gobierne; en la primera vuelta se selecciona, en la segunda se elimina.

La elección presidencial en dos vueltas en países latinoamericanos, caracterizados por graves contrastes y tensiones sociales, y una historia marcada por una tendencia al autoritarismo por el Poder Ejecutivo, contiene riesgos considerables: los presidentes elegidos en segunda vuelta pronto se olvidan de la posición minoritaria con que contaban en la primera vuelta y se ven a sí mismos como genuinos representantes de la voluntad popular.

En la primera vuelta el electorado regularmente vota por el partido de su preferencia como su primera opción en ambas elecciones, incluso si está consciente de que tiene pocas posibilidades de definir la elección presidencial. Mientras que en la segunda vuelta, que sólo define al presidente, el electorado puede votar de tres formas: 1. Por quien considera que será un buen gobernante; 2. En contra de quien no quiere que lo gobierne; 3. Por el candidato menos malo.

Esta situación no se presenta en elecciones de mayoría simple donde el voto fragmentado es reducido, porque en ellas el electorado sabe que su voto incidirá en la definición de las elecciones y por lo tanto votará por los grandes competidores, los cuales no siempre son su primera opción.
Tal situación ha permitido que los partidos que quedan en tercer o cuarto lugar se hayan convertido en chantajistas, pues su poder de negociación radica en que pueden inclinar la balanza a favor de un candidato y afectar al otro. El ballotage termina siendo el negocio electoral de partidos pequeños o de circunstancia, o también de desprendimientos, que se arman para sacar un puñado de votos y, en segunda vuelta, hacerlos valer de la forma en que no pudieron hacerlo en la primera vuelta.

El mito más común esgrimido es que la segunda vuelta es para dotar de una mayor legitimidad y fuerza al gobernante. Sin embargo, la legitimidad de un presidente no depende de determinada modalidad para su elección, sino que más bien está en relación directa con la legalidad y la transparencia del proceso en que sea electo. Por su parte, la fortaleza de un presidente no tiene nada que ver con el número de veces que un candidato sea votado, sino con el número de asientos que el partido del Ejecutivo tenga en la Asamblea (y esto se obtiene en la primera elección).

En síntesis, la segunda vuelta electoral es propia del sistema semipresidencial francés, y en América Latina, donde tenemos regímenes presidencialistas, se ha asimilado el concepto de coalición de gobierno con coalición electoral, cuando son tan disímiles entre sí.
Mientras que en la primera las alianzas se hacen con acuerdos programáticos a largo plazo, se logran consensos necesarios para, en el caso de llegar al gobierno, gobernar bajo un mismo plan de trabajo, en la segunda, las alianzas se hacen a las apuradas, sin plataforma y orientadas más bien a lograr apoyo en la segunda vuelta, casi siempre teñidas con resentimientos y ánimos de venganza pasajera contra el partido que ha logrado la primera minoría y sólo se persigue derrotar.

Lo más probable y como sucede siempre, es que las copias mal hechas y peor importadas, sólo benefician circunstancialmente a algunos, en detrimento de otros, la mayoría del pueblo, que pacientemente debe soportar cómo su voluntad es torcida e interpretada por quienes dicen representarlos.

Giovanni Sartori tiene razón cuando señala que “en todo el mundo los creadores de sistemas electorales buscan con urgencia modelos en el exterior, apresuradamente solicitan asesoría de quienes se llaman a sí mismos expertos, y terminan adoptando el sistema que consideran les beneficiará más, en medio de vivas a la historia, a los determinantes sociales y a las nobles tradiciones”.

(Artículo de Irene Giménez, de la Fundación Libertad de Panamá, publicado en el diario La Prensa)

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