January 18, 2010

 

Quia nominor leo


El título de este post proviene de una fábula que recuerdo de mis clases de latín. La fábula cuenta que una vaca, una cabra y una oveja hicieron un pacto con un león para repartirse a partes iguales todo lo que obtuvieran. Cuando se logró la primera presa, se dividió en cuatro partes. Entonces el león tomó la palabra y dijo : “Me corresponde la primera parte porque me llamo león (quia nominor leo); la segunda, porque soy el socio más fuerte; la tercera, porque valgo más que vosotras tres; y quien se atreva a tocar la cuarta, sufrirá las consecuencias.”

Recordé muchas veces esta fábula durante los últimos meses, en los que se debatió en Panamá el tema de los derechos posesorios. Resulta que gran parte de las tierras del país no tienen derecho de propiedad inscrito en el Registro Público, pero han sido ocupadas, trabajadas y utilizadas durante décadas e incluso siglos. Además, hay inversionistas que han comprado algunas de estas tierras a sus poseedores, principalmente en zonas con buen potencial turístico.

El debate enfrentó, en líneas generales, a dos contendientes:

Los titulares de derechos posesorios, apoyados por muchas organizaciones. Sus argumentos eran sencillos. La propiedad originaria de la tierra se ha obtenido siempre a través de la ocupación y la utilización de la misma mediante el trabajo. Quien ocupa y trabaja una tierra que no tiene dueño se convierte en dueño. Como decían los romanos, “res nullius, primi capientis.” La inscripción en el Registro Público no crea la propiedad; simplemente la reconoce oficialmente.

El gobierno se apoyó en dos elementos puramente jurídicos. Primero, que en 1917 se pasó una ley según la cual todas las tierras no inscritas en el Registro pertenecían al Estado. Segundo, que según la ley no existe prescripción contra el Estado. Ambos elementos son absurdos y simplemente muestran la existencia de un estatismo desenfrenado. En buena lógica el Estado sólo puede adquirir tierras originariamente en la misma forma que los individuos, y debe estar sujeto a las mismas reglas de prescripción. Precisamente tuvo que inventar la imprescriptibilidad porque era obvio que no tenía ningún dominio efectivo sobre las tierras.

Por supuesto, como el león de la fábula, el gobierno se salió con la suya. Aprobó una ley según la cual “regalará” a los titulares de derechos posesorios hasta cinco hectáreas.Las adicionales tendrán que pagarlas a precios altísimos.

Parafraseando la fábula latina: “Las tierras son mías porque me llamo Estado.”

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