February 11, 2010

 

El modelo que no es


Las últimas administraciones han tenido muchas cosas en común. La más singular (y la más nefasta) es empezar por prometer en campaña una reducción de impuestos y deuda pero terminar haciendo todo lo contrario.

El nuevo gobierno siempre reversa su promesa aseverando que una reforma fiscal aseguraría recursos para los programas de inversión pública y de equidad social y ofrecen cerros de papeles y estudios para justificarlos.

Pero a decir verdad, al llegar al poder las realidades políticas de una burocracia enorme, voraz y politizada y de una montaña de subsidios y distorsiones, que no se atreven a desmantelar, parece marcar la pauta de los planes del gobierno de turno.

Dicen que el gobierno actual está bendecido por contar con los mejores gerentes del país, incluido el propio Presidente. Esa cualidad gerencial debía haberles indicado que es imposible generar tasas positivas de crecimiento creciendo con deuda y con más impuestos. Un negocio que se endeuda para crecer, sobre todo a niveles ya saturados o espera tener más ventas extrayendo coercitivamente más ingresos de los consumidores o simplemente regalando plata del mismo negocio para que sigan gastando, no llega muy lejos. Y si además, los excesivos gastos del negocio son intocables, la empresa está frita. El gobierno transita por ese camino a pesar de sus gerentes.

Los subsidios, para empezar, son un rubro gigante de gastos (aproximadamente 3.5% del PIB) que representan un alto porcentaje del precio de los bienes subsidiados. El gas de cocina, por ejemplo, se vende a la mitad o menos de lo que realmente costaría. Con esa clase de paternalismo nadie está interesado en ahorrar y mucho menos ser eficiente; peor aún, los subsidios impiden la entrada de productos sustitutos o competidores que pudieran venderse a precios por debajo del precio real del bien subsidiado. Y lo peor es que la tendencia política ha seguido la tendencia de los precios; sube el petróleo, sube el subsidio al transporte y así. Parafraseando a Marx, los subsidios son el nuevo “opio del pueblo”.

Ahora vamos a los costos de operar el negocio gobierno. No existen muchos países que tengan una burocracia más frondosa que la nuestra. Si incluimos contratos y asesorías disfrazadas podemos tener un empleado público por cada cuatro panameños en edad de trabajar y nos cuestan cerca de 50% del presupuesto nacional. Lo grave no es lo que cuesta sino los beneficios crecientes que tienen algunos.

En el sector salud, policía y educación existen aumentos inerciales que exceden con creces la tasa de inflación del país. Y si vemos los complementos con que vienen muchos puestos públicos de mandos medios para arriba; carro con chofer e incluso guardaespaldas, debemos multiplicar los sueldos que gana ese encumbrado burócrata por al menos un 40% más. Estoy seguro que en la estructura gerencial del Super 99 no hay nada ni siquiera parecido.

El otro gran problema de esa burocracia es su politización. La mayoría está en su puesto por una recomendación política o está muerto. Con esa génesis y la actitud que genera el saberse en un puesto porque le deben el apoyo político es difícil lograr eficacia de gestión. De actitud de servicio al ciudadano, ¡ni hablemos! Esta burocracia cada vez más agrandada, no sabe ni quiere saber de eficiencia. En los pocos sectores donde la ley manda evaluaciones ni se hacen o no se cumplen; para hacerse acreedor a los aumentos salariales en el Seguro Social, solo basta probar que estás vivo y respiras.

Si este país fuera la Arabia Saudí donde las rentas del Estado salen del subsuelo gracias la providencia de Alá, quizá podríamos darnos el lujo de subsidiar y tener nuestra propia dotación de príncipes políticos con sus respectivos séquitos. Pero aquí no es así. Los que piensan que el Canal es nuestro petróleo que miren mejor; el Canal en sus buenos tiempos podrá ser 10% del PIB y quizá 10% del ingreso del Estado.

Aquí las rentas del Estado salen de los ciudadanos y no se puede continuar con un modelo donde el Estado asalta a una parte de los ciudadanos para transferirlo a la otra parte que vive del Estado. Pero no es entre pobres y ricos a lo Robin Hood, es entre la clase media que produce y la enorme cantidad de ciudadanos que parasitan de los subsidios o del gobierno.

Este gobierno y los anteriores siempre pregonan “que pague más el que gana más”, pero los que ganan más también pagan su electricidad, su transporte, su hipoteca y su gas de cocina a precios de mercado y además no tienen renta exonerada. Lo otro se va a sostener sueldos y jubilaciones insostenibles de un sector laboral que podría operar con bastante menos gente, ruido y suciedad.

Todo es como un darwinismo al revés; le damos palo al que más produce, y más puede invertir, y se incentiva en los otros la actitud de que los carguen. Esa actitud paternalista prolongada tiene efectos insostenibles financieramente en el tiempo. Peor aún, crea incentivos éticos y morales perversos y contrarios a fomentar una sociedad de gente responsable y dueña de sí misma.

(Artículo de Roberto Brenes, Presidente de la Fundación Libertad de Panamá, publicado en el diario La Prensa)

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