March 22, 2010

 

El negocio del Estado



Si consideramos al Estado como un negocio, no hay duda que es un negocio redondo. Para empezar, es el monopolio perfecto, basado en la coacción legalizada, con poder para meterte en la cárcel si te pasas de listo y tratas de ser un cliente difícil, es decir, de actuar como actuarías ante un negocio privado.

El Estado no te cobrará según la utilización de sus servicios monopólicos, sea que funcionen o no. Te cobrará las cantidades que crea oportunas sin que sepas exactamente por qué. Tampoco sabrás cómo se gastan esos dólares que pagas con tanto gusto por aquello de la solidaridad. Claro que si eres un economista o financista, y puedes dedicar unas tres o cuatro horas diarias a seguirle la pista al gasto público, y tienes alguna conexión dentro del Ministerio de Economía, tal vez logres enterarte, al menos parcialmente, de cómo se gastan tus malditos dólares.

Cuando llegamos al capítulo de los servicios que te presta el negocio, hay algunos cínicos que preguntan : ¿qué servicios? Insisten en que no ven ninguno, o mejor dicho, ven algo, más bien poco y malo. Pero claro, ¿qué se puede hacer con un 40% o 45% del producto nacional? Si queremos servicios de calidad, habrá que dedicar al negocio no menos del 60%.No olviden que lo bueno cuesta.

Hablemos algo del servicio de seguridad. Si juzgamos el desempeño por los resultados, la conclusión es demoledora : de seguridad, poco o nada. Para colmo, los que legislan sobre el negocio quieren poner trabas a los clientes para que puedan tener armas propias. ¿Será que les preocupa que se demuestre que la protección individual supera a la que ellos proveen? Curiosamente ciertas asociaciones criminales, en diferentes partes del mundo, son capaces de ofrecer a sus clientes un nivel de protección superior al que ofrece la policía. Sé perfectamente que estas organizaciones utilizan procedimientos que no puede utilizar la policía. Pero estoy seguro que algo se puede aprender de ellas. También creo que se puede aprender algo o mucho de los delincuentes locales de mayor envergadura. ¿Por qué creen que las grandes compañías de software contratan como jefes de seguridad de sistemas a los “hackers” más prestigiosos?


Este Estado de nuestros pecados es un experto en ventajismo, o sea, en aplicar la castiza ley del embudo. Si le debes algo y te demoras, te impondrá todas las multas y recargos que pueda, y su creatividad en este campo es ilimitada. Pero si él se demora en pagarte a ti, no sólo no pasa nada, sino que es mejor que no levantes la voz, no sea que tu cheque se quede, por pura casualidad, en algún rincón de cualquier gaveta perdida en el laberinto de nuestra frondosa burocracia.

Otra de sus gracias es obligar a otros a cumplir normas que él mismo no cumple. Por ejemplo, si usted tiene una empresa, por más raquítica que sea, tendrá que pagar el salario mínimo. Pero para el Estado no hay salario mínimo. En otro ejemplo, exige una serie de controles a los laboratorios privados para garantizar la seguridad de las medicinas, controles que no se aplica a sí mismo.

En conclusión, creo que si el Estado fuese una empresa, y tuviera que ganarse sus ingresos mediante la prestación de servicios por los que sus clientes estuvieran dispuestos a pagar, ya hubiera desaparecido, o casi, hace tiempo. Lo que me sorprende es la persistencia de la idea de que el problema está en las personas y no en la institución misma. Por eso seguimos esperando a los gobernantes y funcionarios perfectos, que nunca llegan.

No nos damos cuenta de que el Estado es un “holding” que tiene que ser necesariamente ineficiente. El “holding” tiene demasiadas compañías, se dedica a demasiadas cosas y no cumple bien con ninguna.

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